viernes, 25 de marzo de 2011

HUGO MIDÓN



Hoy es un día muy triste
Murió Hugo Midón

Por Pablo Gorlero

“Al agua, pato-pato, como los patos-patos. Al agua, pato-pato, al agua, pez”. Y a bañarse. “Me miro en el espejo, me quiero conocer. Saber qué cara tengo y de qué color la piel”. Y a peinarse. “Soy como una rueda que va por la vereda, doy vueltas y vueltas, rueda que te rueda”. Y a pasear.

Son muchas canciones que los de cuarenta y tantos llegamos a abrazar para aprender y jugar, gracias a Hugo Midón. Ir a ver sus obras era llenarse el corazón de cultura y jugar a lo loco. Todavía recuerdo firme esa imagen de Berugo Carámbula vestido de deshollinador, en La vuelta manzana, cantando la canción de “La nariz tiznada”, con una chica de rulos simpatiquísima (Ana María Cores). Después, firme de la mano, mi viejo me llevaba tarareándola, haciendo equilibrio por el cordón de la vereda, por Santa Fe, a la salida del Regina.

Luego esas canciones, esas enseñanzas se legaban a los más chicos. Y ellos eran la excusa para poder ver Vivitos y coleando en sus diferentes versiones, o El salpicón o Stan & Oliver o Derechos torcidos ya siendo un adulto de muchas afeitadas. Es que Hugo no le hablaba sólo a los chicos que habitaban un cuerpo chico, sino también a los chicos que habitan un cuerpo grande, y a los grandes de cuerpo grande que ya perdieron casi todo lo de chico. Porque te recordaba lo que debías recordar. Era el duende que te hacía cosquillas para que te rías aunque hubieras tenido la peor semana de trabajo. Entonces, sin darte cuenta, mirabas a los chicos de alrededor y te encontrabas igual, a su altura, a su tamaño. “Cantamos el mismo himno, con el mismo corazón. Tenemos las mismas leyes, la misma Constitución. Pisamos la misma tierra, tenemos el mismo sol. Pinchamos la misma papa, con el mismo tenedor. Yo no soy mejor que nadie. Y nadie es mejor que yo, por eso tengo los mismos derechos que tenés vos”. Lo decía en Derechos torcidos, con la música del gran Carlos Gianni.

En muy poco tiempo nos dejaron huérfanos. Nos quedamos sin María Elena y sin Hugo. Es mucho.


lunes, 21 de marzo de 2011

CHITA RIVERA

Nota publicada en La Nación, el 26 de noviembre de 2004

Chita Rivera y Pablo Gorlero, en Buenos Aires -----------------Chita Rivera y Gwen Verdon, en Chicago

Una estrella que brilla con sencillez
Por Pablo Gorlero
Llega a las 7 de la mañana, después de nueve horas de viaje, sonriente y sin el menor rastro de cansancio. Inmediatamente, y sin conocer a casi nadie previamente, reparte besos y abrazos -de esos que aprietan- y accede a charlar con quien se le acerque. Sin soltar a su amiga Valeria Lynch, que la invitó para participar, con una charla, en su 3er Congreso Internacional de Musicales y Operas Rock, en el Hard Rock Café, Chita Rivera demuestra que las verdaderas estrellas son capaces de demostrar humildad. "Estar en la Argentina es un regalo, un remanso", afirma.
Se conocieron en Nueva York, cuando Valeria fue a ver El beso de la mujer araña, antes de su estreno en Buenos Aires. Chita nunca vino al país, pero vio a la artista argentina en videos y no se cansa de elogiarla: "Se adueña del escenario, nunca pasa desapercibida y es magistral".
Hija de puertorriqueños, es una de las grandes luminarias de Broadway y trabajó desempeñando importantes papeles en los principales musicales: Amor sin barreras, Bye, Bye, Birdie, "Chicago", Sweet Charity, El beso de la mujer araña y Nine, entre muchos otros. A su vez, trabajó con los mejores coreógrafos y directores: Gower Champion, Jerome Robbins, Bob Fosse y Harold Prince.
-¿Es consciente de que forma parte de la historia de la comedia musical?
-Eso que me decís es inspirador. Cuando lo que estás haciendo es verdaderamente lo que amás, te resulta increíble haber tenido la suerte de haber sido parte importante de la historia. Aparecí siempre en el momento adecuado en esta carrera. Eso sí, trabajé mucho para lograr todo, ya que nunca nada me cayó de arriba. Pero cuando me veo en algún video, no lo puedo creer porque uno avanza y se olvida de lo que hizo. Habitualmente, se piensa en lo que se está haciendo y lo que se va a hacer.
-Pero a muchos les gusta ese viaje ególatra...
-(Lanza una carcajada) El sentirte parte de la historia es un sentimiento muy reconfortante: un premio.
-¿Se siente un referente?
-Cuando veo a algún artista talentoso bailando en alguna obra y después me lo encuentro a la salida y me dice que hizo todo eso porque lo inspiré o porque quiso ser como yo, me siento grandiosa. Pero a mí también me pasó. Hace muchos años, estaba haciendo un show en California con Liza Minelli y vinieron a vernos Gene Kelly y Fred Astaire. Me quise morir. Estuve muy nerviosa porque no podía creer que hayan venido a verme a mí. Uno no piensa en sí mismo como un gran artista.
-Usted trabajó con los más grandes...
-Sí, pero todos ellos nacieron talentosos. Y algo más importante: todos salieron del coro. Claro, cada uno tiene un estilo diferente que lo distingue. Jerome Robbins fue casi un profesor de actuación que aplicaba el drama al ballet. Era la combinación exacta que precisaba Amor sin barreras. Michael Kidd era más atlético y había que ser acróbata para bailar con él. Fosse era muy intenso, muy prolijo, estilizado y sus movimientos eran muy chiquitos. Te disecaba y le daba vida propia a cada parte del cuerpo. En realidad, su coreografía podría traer problemas de espaldas. (Se ríe.)
-¿No cedía en el momento de la creación?
-Yo le pedí libertad en alguna escena porque me gustaba volar. Así montó mi segundo cuadro en Chicago, el de la silla, que fue mucho más complicado que el de la versión actual. Era un escenario alto y oblicuo, así que las patas delanteras de la silla eran largas y las de atrás, más cortas. Pensé que me lastimaría la espalda, pero me dio absoluta libertad.
-¿A qué atribuye los grandes fracasos actuales de Broadway: a una pérdida del rumbo o a una búsqueda de nuevos lenguajes?
-Es una buena pregunta que me encantaría poder responder. No lo sé. Hay muchos revivals. Los productores no se arriesgan y eso nos conduce a la pérdida de autores y compositores que se dedican a hacer cine o TV. Hay buenos intentos: yo hice uno, The Visit, que se estrenó en Chicago, y en la que participaron nombres como John Kander, Fred Ebb, Terrence McNally, Ann Reinking, Frank Galatti, John McMartin y yo. Era una obra oscura, pero fantástica. Fue un gran suceso, pero de pronto aconteció el 11 de septiembre y todo se detuvo. En definitiva, no se arriesga en el teatro.
-¿Cuál es la razón?
-El dinero. Es vergonzoso. Los productores dicen que si una obra no funciona de maravillas en una gira, no es comercial. Creen que la gente quiere ver estrellas. Están equivocados. No entiendo por qué no renuncian a ganar tanta plata y hacen buenas obras originales. Lo necesitamos.
-¿Se puede hacer un musical sin una gran producción?
-Claro que sí. Se pueden hacer cosas con un número decente de gente, si la música y el libro son buenos. Su regreso
En 2005 estrenará un nuevo espectáculo autobiográfico escrito por Terrence McNally, con ocho bailarines y un grupo de músicos, dirigidos por la coreógrafa y directora argentina Graciela Daniele. Allí repasará su vida, desde su niñez hasta ahora. "Era muy machona; me trepaba a los árboles y rompía todo. Por eso, mi mamá me llevó a estudiar danzas", rememora.
-¿Cuál de sus trabajos recuerda con mayor cariño?
-Es como si tuviera diez hijos y me preguntases a cuál prefiero... No se puede responder. Fue grandioso compartir un escenario con Dick van Dyke (Bye, Bye, Birdie), pero también lo fue con Antonio Banderas (Nine) o con Brent Carber (El beso...).
-Pero en cada nota siempre recuerda con mucho afecto a El beso de la mujer araña...
-¡Qué obra grandiosa! Me encantó porque es una historia de amor fascinante, con textos fabulosos. Fue muy inteligente el modo en que se le hacían ver al espectador las diferencias entre las personas y cuánto se puede aprender de ellas para transformarnos en gente más comprensiva. ¡Qué mejor que tener dos hombres que se mueven en un espacio muy pequeño, donde deben protegerse siendo tan distintos! Es la mejor descripción de una historia de amor. Observé cambios en la gente al ver esa obra.
-¿Harold Prince es el mejor director en la actualidad?
-Creo que es un arquitecto: tiene una visión abarcativa de cómo va a quedar el escenario. Una vez que hacés la escena, observás la foto y te quedás boquiabierto.
-¿Cómo fue su experiencia en la obra argentina Venecia, de Jorge Accame, que hizo en Broadway?
-¡Qué bien me hace que me lo preguntes! Me gustó mucho, pero no duró lo suficiente. Me enorgulleció hacer ese papel de la vieja. Es un texto muy imaginativo y la gente lloraba muchísimo sobre el final. El fracaso de esta magnífica obra fue una de las dos grandes decepciones de mi vida. La otra es La casa de Bernarda Alba. Tuvieron grandes críticas, pero la gente no vino.
-¿Cómo hace para sostener la humildad, siendo una estrella?
-Sabiendo que no podés vivir ni hacer nada sola. Necesitás todo lo que te hace saber que estás vivo. Y lo más importante es que hay alguien más grande y supremo: Dios. Una vez llegué a Vancouver por la noche y estaba todo oscuro. Por la mañana, corrí las cortinas y me encontré con un lago azul, árboles y montañas enormes con picos nevados. Me sentí muy chiquitita. No recibís nada, si no das.
Chita Rivera
Rob Ashford, en Buenos Aires
Entre los participantes en el 3er Congreso Internacional de Musicales, que organizan Valeria Lynch y Mariana Letamendia, se encuentra el coreógrafo estadounidense Rob Ashford, ganador de un premio Tony.
Cuando vino por primera vez a la Argentina, en 1996, para coreografiar El beso de la mujer araña, se enamoró del país y de su gente. Volvió cinco veces. "Descubrí gente apasionante y tengo grandes amigos como Valeria y Sandra Guida. También tengo otros amigos argentinos que ahora viven en Nueva York. Casualmente anoche, estuve con Gustavo Wons, que trabaja en El violinista en el tejado".
Ashford trabajó en musicales como Anything Goes, Crazy for You, Kiss Me, Kate, Seussical y fue el coreógrafo de Thoroughly Modern Millie y The Boys from Syracuse. "Me gusta que el baile sirva para contar una historia, no solamente para crear el ambiente adecuado. Es decir, si sacás el baile, la historia no tiene sentido. Muchas veces, los coreógrafos sólo crean una atmósfera en lugar de contar historias", afirma.
Tiene muchas ganas de quedarse en la Argentina para dirigir o hacer coreografías. "Lo estoy hablando con Valeria. Deberíamos hacer Víctor-Victoria". Como su compañera Chita, también arremete contra los productores: "Muy pocas obras de Broadway son piezas de arte. Todos tienen en mente la parte comercial. Esto no es bueno. Hay musicales más experimentales en el circuito off que son muy buenos. Estoy trabajando en Smarty, una historia simple y dulce que no requiere nada grandioso y no necesita de estrellas. El dinero está matando al arte", explica.
Algunos de sus trabajos
Can-Can (1953), dirigida por M. Kidd, como reemplazo en el coro.
Mr. Wonderful (1955), coprotagonista, con Sammy Davis Jr.
Amor sin barreras (1957), como Anita, dirigida por J. Robbins.
Bye, Bye, Birdie (1960), protagonista, con Dick Van Dyke.
Sweet Charity (1967), protagonista en gira, dirigida por B. Fosse.
Chicago (1975), como Velma Kelly, dirigida por Bob Fosse.
El beso de la mujer araña (1995), dirigida por Harold Prince.
Nine (2003), con Antonio Banderas, como Liliane LaFleur.

sábado, 5 de marzo de 2011

Directo a las emociones

LA POESÍA PUEDE ESTAR EN EL AGUA




O: EL CIRQUE DU SOLEIL EN LAS VEGAS


Pablo Gorlero
Enviado especial

LAS VEGAS.- Eso de que el teatro es irrepetible, que ninguna función es igual a la otra, que no es sempiterno como el cine es real. Sin embargo, algunos espectáculos son tan potentes, tan efectivos, que difícilmente se borren de la memoria de sus espectadores. Quedan sellados para siempre, aunque sea en instantes, en imágenes, en sensaciones. Es lo que, sin dudas, puede provocar O , uno de los más bellos espectáculos del Cirque du Soleil.
Esta ciudad que se asemeja a un gran parque temático con mucho tránsito tiene en el Bellagio uno de sus más imponentes y lujosos hoteles. No es temático como muchos de ellos. Su concepto podría decirse que es el lujo extremo. En su interior, uno de los siete espectáculos que el Cirque du Soleil tiene en Las Vegas: O . Fue el primero de la compañía quebequense en Las Vegas y el décimo de su producción (se estrenó en 1998). Se dice que el hotel invirtió 100 millones de dólares en la construcción del teatro de 1800 butacas que alberga a O (sonido fonético de la palabra "agua", en francés), con un escenario de muchos metros de profundidad, que al abrirse deja al descubierto una enorme piscina de casi seis millones de litros de agua.
O es una ilusión constante. Desde el segundo en que comienza, la parafernalia creada por Guy Laliberté pone un halo de fascinación, sobre el público, del cual es difícil salir. Imposible sostener el foco de atención en una sola cosa. Permanentemente ocurren situaciones, en todo el arco de visión del espectador. Gente que "vuela", unos que simplemente se deslizan por el aire, otros que parecen flotar, algunos que caminan, corren o bailan, y muchos que se sumergen, bucean, desaparecen y emergen para, sencillamente, caminar sobre el agua.

Extraña, hipnótica, esta propuesta tan brutalmente teatral conduce hacia un mundo onírico en el que cada uno de sus componentes destella poesía. En esa dimensión surrealista se mueven acróbatas, músicos, nadadores, clavadistas, cantantes y actores. El montaje trabaja en forma permanente varios planos, siempre con un foco de atención central. Sólo que lo periférico puede ser casi tan o más fascinante que cada acto protagónico. Porque si ese galeón casi fantasma que se mece por el aire y sobre el cual corren, saltan y se deslizan una docena de acróbatas es sorprendente, no lo son menos esas náyades que trazan figuras en el agua, crean texturas y sacuden el alma. En O , un piano puede aparecer desde la profundidad para volver a desaparecer en ella, o un grupo de sombras que deambulan en un ritual mortuorio, con una cortina de música étnica, pueden crear esa sensación de correr sobre el agua, o un lector de la realidad puede quemarse durante un largo rato para seguir leyendo y caminando cubierto de fuego. Y qué decir de los payasos de O que sin palabras, con gags tan dulces como efectistas, logran decir que con afecto se puede abatir hasta la peor tormenta.
Si algún día tiene la suerte de pasar por Las Vegas, prohíbase no entrar a ver este espectáculo. Y si no tiene esa suerte, siempre está esa ventanita amable que puede ser YouTube.