domingo, 28 de agosto de 2016

SALTIMBANQUIS COMO VOS Y YO

Hace mucho tiempo vi cómo mis sobrinos jugaban en su casa a ser una gallina, una gata, un perro, un burro... y hablaban de libertad, de amistad, de cooperación. Todo eso con un casette de fondo que decía que a un "gato no domesticarán" o que iban a "empollar un mundo feliz". Me di cuenta de cómo un buen mensaje puede quedar grabado en la memoria de un niño para siempre. Al tiempo me di el gusto de llevarlos yo mismo a ver "Saltimbanquis", la obra que había generado ese entusiasmo en ellos. Y me enamoré de ella. Pasados unos años, mi querida amiga Floria Bloise me contó cómo fue el proceso original de la obra, cuando a ella le tocó encarnar a la Gallina. Adquirí los derechos de esa maravilla de obra de origen italiano y pasaron muchos años hasta que logré hacer realidad el sueño de revivirla e intentar engrandecerla. Sólo fue posible gracias al teatro oficial, al Complejo Teatral de Buenos Aires. Ninguna producción comercial hubiera apostado por ella ni ayer ni hoy. El proceso de trabajo fue tan rico, hermoso como angustiante. El resultado: bellísimo. Los 18 saltimbanquis que están en escena, los 18 creativos y asistentes, sumados a los más de 20 laburantes del teatro Regio aprendimos que el lema de la obra -"Todos juntos somos fuertes"- es vital y todos caminamos de la mano para hacer brotar lágrimas de emoción en los adultos y risas inolvidables en los chicos. Y detrás de escena, adultos y niños conformamos una tribu de personas que entienden que a nuestro lado "hay un amigo que es preciso proteger". Y nos queremos realmente. Hoy se cierra esta etapa del regreso de "Saltimbanquis" para abrazar a nuevas generaciones. Pero no para siempre. Estamos convencidos de que "con astucia, con paciencia, con lealtad y con amor, en más tiempo o menos tiempo llegará un mundo mejor". Vamos por eso.

Fotos: Carlos Furman (CTBA)

https://www.youtube.com/watch?v=wRaWh_zDVz4

https://www.youtube.com/watch?v=_mgxYc0aZdI

https://www.youtube.com/watch?v=bIpFLJJDS88








jueves, 5 de noviembre de 2015

FINA GORLERO, TRES AÑOS DE SU PARTIDA



Le gustaba escuchar “Lunita tucumana”, sobre todo por la “Negra” Sosa. Se emocionaba cuando escuchaba a Piaf cantar “Non je ne regrette rien”. Si “La canción del jacarandá” acariciaba sus oídos sonreía. Y “A Rianxeira” tocada en gaita la hacía hablar como un loro. Es lo que la música provocaba en Fina Gorlero… Bah… ese era su apellido prestado, tal como decía. Josefina del Valle Giménez de Gorlero. Del Valle es nombre, no apellido. Pocos lo llevan así.
Fue difícil escribir sobre mi mamá. Ya se cumplen tres años de su desaparición física y es muy fuerte pensar en escribir algo sobre ella sin ella. Porque Fina… le decíamos Fina… es histórica. Es de esas presencias que quedarán marcadas en la vida de muchas personas. No sólo en la mía. No sólo por su personalidad, potente, presencial, sino porque supo tocar el alma de la gente. En forma particular, exclusiva, individual. Una amiga que la vio una sola vez me dijo: “¿Cómo no voy a recordar a tu mamá? Si al hablar con ella te hacía sentir única en el mundo”. La definió con sabiduría libertaria, con sensibilidad independentista. Así era mi mamá. Imaginate si eso causaba en los demás, lo que hacía con nosotros cada día, cada hora, cada minuto. Encontré una carta que le hice cuando tenía 10 años. Era como una tarjeta, hecha con plasticolas de colores, con un corazón, la caricatura de ella y una leyenda que decía: “Amor es lo más lindo que pusiste en mi vida”. Es que tendría tanto para contarte de mi mamá.
Ella no tuvo una vida fácil. Siempre recordó su niñez con una felicidad indescriptible. Contaba que era la mimada de su papá –español, guapo, bueno, rubio, tal como lo describía- y que vivía en el campo, en la provincia de Tucumán, entre animales de granja y una dulce vida agreste. Era pelirroja, usaba trenzas y tenía una cara de pícara increíble. Eso lo pude ver en una foto que guardaba como un gran tesoro. Una vez. Sólo una vez se animó a mostrármela. “Parecés Heidi”, le dije. Lloró mucho cuando perdió esa foto. Le robaron la billetera donde la tenía guardada. Era el único recuerdo vivo que tenía de su niñez. Infeliz el que lo hizo. Si supiera… Siempre contó que le tenía pánico a las ranas porque una vez se trepó a una higuera para cortar brevas y se topó en una rama con un batracio arborícola. Tanto asco le dio que se cayó y se clavó una estaca en la pierna. De grande conservaba aún las marcas. Eran tres, las recuerdo. Les tenía pánico a los reptiles y a los anfibios. Contaba que su papá la consentía y que sentía un amor especial por ella. Pocas veces  hablaba de su madre. Siempre de su padre. Tenía nueve años cuando su papá murió, de un infarto, joven. Siempre lo lloró. Bastaba mencionarlo para que ella se emocione. Afirmaba haberlo visto varias veces, a sus pies, en la cama, cuidándola. Era su ángel. Siempre se lo agradecí. Se llamaba José.
A partir de su muerte, todo fue pesadilla para Josefinita. Es poco lo que sabemos de lo ocurrido desde entonces. No contaba demasiado. Fuimos reconstruyendo la historia de a poco. La familia del padre echó a los tiros de la propiedad a su esposa y a sus tres hijas. La mujer se quedó con la más chiquita y entregó a las otras dos a distintos familiares para que las criaran. Respetaremos parte de ese silencio. Pero a partir de ese momento, Fina vivió una pesadilla que duró nueve años. Apenas cumplió la mayoría de edad, pudo escapar hacia la libertad. Esa libertad que ella amó siempre.
Fina podría haber sostenido su vida con las estacas del resentimiento, pero no fue así. Su padecer se volvió sabiduría. De adolescente, tomó su bicicleta y se lanzó a toda velocidad hacia la vida. “Pedaleaba y pedaleaba sin parar, sin medir el peligro, iba lo más rápido posible, incluso en una sola rueda. Y el viento en la cara era una caricia”, me contaba. Me la podía imaginar. Con esos pelos largos, bien rojos y enrulados, al viento. Quería volar. Se ganó la vida sola. Como buena obrera textil, amó a Evita. Fue su referente. Allí, en la fábrica, conoció a Angelita Barbagallo (“La Tana” o “Lila”), su mejor amiga. Ella le presentó al hijo de la dueña de la pensión donde vivía, en la calle Talcahuano, entre Corrientes y Lavalle. Era un tipo de buena estatura, buenazo, delgado, con bigote y una sonrisa que podía desarmar un astillero. Él quedó fascinado con esa piba joven, rubia (odiaba su color natural y apenas pudo se tiñó el cabello) y menudita, pero con una figura impactante. La invitó a salir. Ella se hizo la interesante, pero aceptó. Cuando llegó al encuentro de semejante caballero sintió que el castillo se derrumbaba por la catapulta del mal gusto. Raúl le estaba esperando con sombrero fedora, corbata, medias escocesas y un traje a cuadros. “Yo no puedo salir con este hombre”, fue lo primero que pensó. Pero la dulzura y la simpleza del muchacho le hicieron olvidar el mal trago estético. Se lo quedó. Eso sí, no se contuvo y le dijo: “Por favor, no uses nunca más ese traje a cuadros”.
Estuvieron un tiempo de novios y, finalmente, el 6 de marzo de 1952 se casaron por civil, y el 8 del mismo mes, por iglesia. Fue una ceremonia a todo trapo. Como solía hacerse en esa época. La mamá de Raúl, Maruja, gastó fortunas en esa fiesta. Y eso que era una gallega que vivía al día, de regentear con templanza su pensión ahí en pleno centro. Raúl era un príncipe, y Fina una princesa. Una auténtica princesa, con su vestido blanco largo, con cortejo y carroza incluida. La ceremonia fue en la basílica de San Nicolás de Bari, en Santa Fe y Talcahuano. El momento quedó inmortalizado en una grabación que hoy en día se conserva en varios discos de pasta.
Por aquel entonces, la vida de Fina cambió radicalmente. No había que luchar tanto. Había que sostener una familia. Eso sí, con la suegra y su mandato matriarcal celtíbero en casa. Al poco tiempo llegó María Elena, nueva princesa a la conquista inmediata de la casa. La reina madre (la abuela Maruja) la arrulló permanentemente bajó su égida. Hubo varios intentos por agrandar la familia, pero fracasaron. Algo impedía que Fina y Raúl pudieran darle hermanos a María Elena.
Pasaron 13 años y Fina volvió a quedar embarazada. Había mucho miedo. El último embarazo dejó la ilusión de dos mellizas que no pudieron nacer. Fina fue cuidada entre algodones, con una panza que no crecía, hasta que un obstetra le dijo lo peor: su bebé estaba muerto. Ella nunca lo creyó y lo negó furiosamente. “Está vivo, lo siento”, repitió siempre. Se negó a tomar las pastillas que le daban para abortar, las escondía y no las tomaba. Todos pensaron que estaba loca. Maruja, que la quería como a una hija, sufrió muchísimo y en el séptimo mes de embarazo sufrió un infarto que terminó con su vida. María Elena nunca pudo superar la muerte de su amada abuela. “La chica del tapadito” –tal como la describió alguna vez un empleado del cementerio de la Chacarita- iba todos los meses a dejarle flores a su abuela.
En una de sus visitas al médico, Fina se las ingenió por conocer a quien sería su partera (maldigo no acordarme su nombre). “Mi hijo está vivo, creeme”, le aseguró. La partera le creyó. Le hizo prometer que estaría presente el día del nacimiento, para resguardar esa vida. Cuando comenzaron las primeras contracciones, la noche del 14 de octubre de 1966, Fina se comunicó con ella y le avisó que iría hacia la clínica. Había una tormenta atroz. Parecía que el bebé iba a nacer en el ascensor. Estaba apurado. Ambas mujeres se encontraron en aquella clínica de la calle Arcos y José Hernández, y tras pujar dentro de lo normal, Fina dio a luz a un bebé vivo. Ella lo escuchó y sonrió. Luego, la partera, su cómplice se lo confirmaría: “Fina, es Pablo… ¡Nació Pablo! Tenías razón”, le dijo con lágrimas en los ojos. Los médicos nunca más dieron la cara.
Me llamo Pablo gracias a mi hermana. Mi mamá me quería poner Facundo, pero María Elena dijo que tenía que ser Pablo. Por suerte la escucharon. Así fue que nací cuando se suponía que no tenía que nacer, berreando con la boca bien abierta.
Me dijeron siempre que era un atorrante de chiquito. Que me gustaba hablar con todo el mundo, que me perdía porque me quedaba charlando con los camioneros que paraban en la 9 de Julio, con las coperas del “15 caras bonitas 15 “, cabarulo situado en el mismo edificio donde vivíamos o con los hippies que se alojaban en nuestra pensión. Después me volví tímido, muy sensible y bastante inseguro.  Mi tío Paco decía que “me estropee”. Mamá me dejaba mucho al cuidado de Lila (Angelita), su mejor amiga, que vivía con nosotros. Solía reservarse los mimos. Siempre dijeron que yo era muy cariñoso. Debe haber sido así porque me daba cuenta de que Lila y Fina se tenían celos por los mimos. Lila era como mi abuela. La adoraba. Hace años que no hablaba de ella. La pasión por el cine y el teatro también fue gracias a ella, que me llevaba a ver las obras del San Martín (todavía tengo imágenes de La Jirafita azul). Fina y Raúl solían llevarme más al cine. Casi siempre al Los Ángeles (donde sólo daban películas de Walt Disney) y al Real (ahora playa de estacionamiento en la misma cuadra que el Maipo). Las secciones eran continuadas. Por lo tanto, a veces se iban y me dejaban allí, para ir a buscarme más tarde. Yo no tenía problemas en volver a ver una película dos o tres veces. A Raúl le fascinaban los cortos animados, porque eran los mismos que había visto él de chico, entonces los podía comentar. Salíamos del cine Real, me llevaba a comer un tostado con una sevenap y describía uno a uno los cortos de Tom & Jerry, el Correcaminos, Mickey Mouse o Popeye, entre muchos otros. Cuando se sumaba Fina, a veces íbamos a la Jockey (que estaba en Cerrito y Sarmiento). Ellos tomaban un copetín y pedían una superpicada. Me dejaban los caracoles para mí. Recuerdo que mamá se sonrojaba cuando papá le regalaba algo de Lion d’Or. “Es un caballero -me decía-. Vos tenés que ser así cuando seas grande. Es hermoso regalar, pero no regalar cualquier cosa: el regalo hay que pensarlo, la recompensa es la felicidad del otro”.
Siempre se esforzaron por darme con los gustos, tratando de evitar convertirme en un chico malcriado. Yo sabía muy bien que había que esperar a fin de mes para manguear algo. Durante el mes no se podía, había que esperar a que ellos te den una sorpresa. Tenía cinco años y mi personaje favorito por aquel entonces era el Topo Gigio. Yo lo amaba. Había una juguetería en Corrientes y Talcahuano que para mí era el paraíso. Si habré pasado minutos de mi vida observando juguetes. Un día vi que estaban el Topo Gigio… ¡y toda su familia! Era una colección de Yoly-Bel. Estaban Gigio, su novia Rosita, sus hermanitos, sus padres, su abuela y el tío. Los pedí para el Día del Niño. Esa noche, mis viejos me llevaron a dormir y se quedaron en la cocina con unos amigos (podían quedarse horas divirtiéndose). Me desperté en mitad de la noche y vi una caja enorme con moño y todo sobre la estufa. No me contuve y la abrí. Era toda la familia del Topo Gigio. Me acuerdo la escena perfectamente. Lo recuerdo como un momento de extrema felicidad. Quería volver a dormirme con todos ellos, pero no entraban en mi cama. Así que corrí a la habitación de mis viejos y me metí en la cama con cada uno de los topos a lo ancho, cada uno tapadito hasta el cuello para que no tengan frío. Amanecí entre Fina y Raúl, con todos los topos amontonados entre nosotros. Luego, el café con leche en la camita viendo los dibujitos de “El gordo y el flaco”. A las 19, vimos juntos también en la cama, las locuras de Karadagián y el payaso Pepino en “Titanes en el ring”. Compartir. Eso me quedaría para siempre.
A Fina le hubiera gustado mucho volver a estudiar. Pero no se animó. También le hubiera gustado mucho aprender a tocar algún instrumento, pero tampoco se animó. Le hubiera gustado escribir, lo hacía muy bien, pero no confiaba en sí misma y odiaba ver su caligrafía y alguna que otra falta de ortografía. Por eso tal vez nos incentivó siempre a leer desde muy chicos, a escuchar música… y sin querer, hacía evolucionar nuestra sensibilidad. Hizo que María Elena se reciba de profesora de piano y algo así quería conmigo. A Fina le gustaba mucho el folklore. Debe ser por eso que me compró una guitarra (¿por qué no se la habrá comprado para ella, me pregunté siempre?). Me llevó a estudiar con un profesor que durante todo el año me hizo tocar cuatro temas: “Zamba de mi esperanza”, “Lunita tucumana”, “Cuando salí de Cuba”, “Añoranzas”… y pretendía que toque la “Zamba de Vargas”, que era dificilísima. Un día, volví serio a casa y le dije: “Mamá, esto no es para mí. No me gusta. Me cuesta mucho. No quiero ir más”. Me hizo caso. Igual me pedía que le toque alguno de esos temas, aunque los tocara mal, los tarareaba y me ponía cara de estar frente al mismísimo Paco de Lucía.
En el momento de “egresar” del Preescolar se habló en casa sobre a qué colegio me tendrían que llevar. Una maestra botona les dijo a mis viejos que era “conveniente” que me lleven a un colegio sólo de varones porque tenía tendencia a jugar con las nenas. Una visionaria. Así fue que me llevaron al La Salle. Católico, apostólico, romano, facho. Mal no la pasé. Pero siempre supe que no era mi lugar. Yo era algo así como el “pobrecito” frente a todos los ricachones de mis compañeros que, en su mayoría, ya habían viajado alguna vez a Disneylandia (yo miraba los cupones de concurso de Pan Am en la “Anteojito”).
La previa al primer día de clases fue una tarea compartida entre los tres (mis viejos y yo). Me llevaron a un lugar a probarme el blazer azul con el escudito del colegio. Me quisieron comprar una corbata preciosa pero yo quería un corbatín, de esos que tenían elástico, porque sabía que nunca iba a aprender a hacerme el nudo. Lo peor fue cuando Fina quiso comprarme la camisa de marca, los zapatitos de marca y el pantalón de marca. Con los zapatos no hubo historia. Los compramos en Delgado (Florida y Corrientes). Pero el pantalón ese gris… uf… pinchudo como pocos. Lo odiaba. Lo mismo que la camisa esa, dura de almidón. Lo más divertido fue la compra de útiles escolares. De eso nos encargamos con papá. Lo mejor fue el maletín Primicia, con llave y todo. Me acuerdo que el primer día de clases hacía calor. Antes de salir para el colegio, nos sacamos fotos en casa. Yo estaba re-contento. Luego, antes de entrar al colegio, en el kiosco de al lado, me compraron un chocolatín Jack. Me salió Sancho Panza (no el de la literatura, sí el de “Titanes en el ring”) y me puse doblemente feliz. Recuerdo que después de ese vinieron Don Quijote (formé la parejita) y Rubén Peucelle. Cuando salí del colegio me estaban esperando los dos. Inolvidables sus sonrisas. Me abracé a ellos y me llevaron a tomar la leche con medialunas.
Durante cinco años fui al colegio La Salle. Era un privado y mis viejos gastaron mucha plata en una educación que creían ideal. A mí no me convencía. Pero hoy reconozco que salvo por toda esa cosa religiosa excesiva, me sirvió muchísimo. Sobre todo para observar a la gente.
¿Sabés qué otra cosa también me marcó Fina? Los años setenta. Un día en casa lloraron mucho. Había muerto “el Padre Mugica”, alguien a quien escuchaba nombrar siempre. Era un cura villero, que no se sometía a las reglas de la Iglesia Católica como institución y luchaba por los pobres. Lo mataron. Al poco tiempo, Fina esperaba cada noche a que mi hermana regrese porque, según me contaba, “la gente desaparecía”. Se sentaba en el piso, en un rincón del balcón de nuestra casa, me abrazaba con ella y nos tapábamos con un poncho hasta que veíamos llegar a María Elena. Ahí corríamos a la cama para que ella no se diera cuenta de que la espiábamos.
Desapareció Rauli, “primo postizo”, hijo de los mejores amigos de mis viejos. Yo escuchaba atentamente toda la historia y cómo se desarrollaban los acontecimientos. Lo comenté en el colegio, en el La Salle. Llamaron a mis padres para hablar del asunto. Así como acompañaba a Fina a hacer las compras, también la acompañaba a las organizaciones de derechos humanos y a los tribunales para pedir por la aparición de Rauli. Recuerdo muy bien una visita que hicimos a un edificio situado en la esquina de Callao y Corrientes, sobre el bar La Ópera. No recuerdo el piso, pero creo que era segundo o tercero. Ahí se recibían las denuncias por desapariciones y secuestros. La gente lloraba, hablaba en voz alta, corría de un lado a otro. Mi mamá contaba el asunto de Rauli: un aparente tiroteo (con balas desde afuera nada más) a la fábrica donde él trabajaba y su desaparición. Otro hombre le contó que unos tipos vestidos de milicos entraron a su casa y lo subieron a un camión a los empujones a él, a su mujer y a su hija, que estaba ahí al lado mío y tenía mi misma edad. “A ella le pisaron la cara”, contaba él. La chica tenía la mitad de la cara morada y me miraba fijo. Era medio rubia. Nunca me la voy a olvidar. Lloré mucho.  Le pedí a Fina que salgamos de ahí porque tenía miedo de que la maten. Comencé a sentir la sensación de lo que podría ser la vida sin la persona que te protege con su propia vida. Soñaba que la perdía y me despertaba llorando desconsoladamente. Siempre pensé que el dolor más grande de mi vida sería perderla.
Así las cosas, me explicaron bien lo que ocurría en el país, lo que significaba un pañuelo blanco, la importancia de un movimiento social, y sobre todo, el poder del miedo. Tuvimos miedo.
Pero tanto Fina como Raúl siempre se las ingeniaron para hacerme pasar una niñez hermosísima y fomentando mis caprichos freaks. Siempre tenía libros a mano, lápices de colores, papeles para dibujar, muñequitos en miniatura para crear mundos mágicos, los autitos más veloces del universo, tiempo libre, abrazos, besos…
Otra que te cuento. Momento económico difícil, se acerca mi cumpleaños y escucho que ella se lamenta por no poder hacerme una linda fiesta. Al día siguiente no sé con qué había soñado que se fue a jugarle a la quiniela y pudo regalarme mi fiesta de cumpleaños. Cuando terminó la fiesta y le dije “gracias”, me abrazó y lloró. Nunca me voy a olvidar de eso.
No quiero pensar en los últimos tiempos, en los que ella sabía muy bien que partiría en busca de su príncipe perdido. Las madres no deberían morirse nunca, por lo tanto, el proceso de su post muerte es como una universidad, lleva años de carrera y superación.
Tal vez más adelante pueda seguir contándote cosas de mi madre. No me resulta fácil. Porque cada vez que la pienso siento su aroma, la textura de su piel, sus manos, sus besos (siempre daba tres), su sonrisa, su risa, su buen humor, su malhumor, sus bondades inmensas, sus miserias humanas, su tos, su caminar, sus gustos, sus caprichos, sus testarudeces, su voz compasiva, su voz severa, su voz feliz, su voz triste, sus pecas, su pelo… ¿Sabés por qué me ocurre eso? No, no sólo es el amor. Es que soy parte de ella, salí de ella, por milagro. Está en mí. Y, como dijo mi amiga: “Fina te hacía sentir único en el mundo”.

sábado, 24 de enero de 2015

"Francisco, un señor perro"

Nota publicada en el blog de Moira Soto: "Damiselas en apuros"
(click para entrar al link)

Algo me pasó siempre con sus ojos. Podía quedarme minutos, horas contemplándolos fijamente. Dialogando en una forma de comunicación única, de alma, espiritual. Lo que conversábamos no era con palabras, era un lenguaje que trasciende los significados, que transporta, hermana. Siempre me ocurrió eso. Sabía que era un misterio, pero me gustaba. Me sentía exclusivo, capaz de compartir secretos con otros seres que no suelen comunicarse así con las personas. O por lo menos, eso sentía yo. Por eso mis continuas visitas al zoológico, donde podía permanecer desde que abrían hasta que cerraban y conocer una a una a casi todas las especies que allí permanecían encerradas. Por eso mis horas de distracción en las tiendas de mascotas, en la plaza observando los árboles o en el campo, a la espera de algún desprevenido corredor nocturno.

Mi amor por los animales comenzó así, desde muy pequeño; y se consolidó cuando conocí a Francisco. Fue de grande, de bastante grande. Acudí a la desaparecida MAPA (Movimiento Argentino de Protección al Animal) a buscar un cachorrito. Quería criarlo, jugar al papá. Apenas entré al lugar, todos, absolutamente todos, perros y gatos, comenzaron a hacer fiesta y monerías en sus caniles y jaulas. Como me ufano de conocerlos perfectamente por esa comunicación silenciosa que sostenía con todos ellos desde chico, supe que pedían adopción. Pero había unos pocos perros atados a las patas de las jaulas, los más grandes. Uno de tamaño mediano y pelaje holando argentino se incorporó en dos patas, me agarró el brazo con sus dos patitas delanteras y me miró fijo. Supe que sonreía. Le hablé. Pero con palabras. Comenzó a lamerme la cara sin parar. Me incorporé, él se quedó observándome en sus cuatro patas. Fijo nuevamente, pero en forma vivaz. Sé que sonrió otra vez. Le devolví la sonrisa y, esta vez, le hablé con la mirada. Pegó unos saltos increíbles, hasta donde daba el largo de su cadena. Parecía un delfín. Lo supo: estaba decidido. Alguien de ahí le dijo: “¿Te vas, Francisco?”. Me gustó su nombre. Pero antes de firmar los papeles de adopción, volví a agacharme, le tomé la carita y le conté que esa relación sería para siempre. Comenzaba un compromiso que duraría el resto de la vida. Yo cuidaría de él, él de mí. Francisco se vino a casa. “Amigos para toda la vida”, le dije.

No me cansaré de afirmar que la vida sin un perro es un error. Los animales son mágicos. Hace muy poco fui a ver una obra bellísima que se llama Iván y los perros (dirigida por Mariano Stolkiner, interpretada por Emiliano Dionisi). Lloré sin parar. Con ese llanto silencioso, de lágrimas solitarias. Hablaba de cómo esas criaturas especiales salvaban la vida de un chico; de cómo ese chico no podía concebir su vida sin ellos; de la maldad del hombre en contraposición con la bondad infinita del animal. Recordé todo lo que aprendí de Francisco. Mucho más de lo que aprendí de los seres humanos. Además de un hermano, de un amigo, fue un maestro. Cualquier ser humano o cualquier libro podrían explicar qué es la bondad, la lealtad sin límites, la paciencia sin condiciones. Pero ningún ser humano o ningún libro podrían demostrarte la bondad, la lealtad o la paciencia en las dimensiones en las que puede enseñarlas un perro: silenciosamente, suavemente, afectuosamente. Sabiduría acarreada a través de los siglos tal vez.

Te cuento un par de cosas sobre Francisco. Una vez que le pude enseñar a andar suelto (la castración hizo que su instinto canino no lo llevara de las narices detrás de ninguna damisela), dejé que me acompañara a todos lados. En cada lugar donde vivimos siempre dijeron que éramos inseparables. Orgulloso de ser “el muchacho del perro”. Orgulloso de que cada barrio en el que vivimos supiera que el perro-vaca se llamaba Francisco y era macanudo. “Sos un señor perro”, le dijo una vez un vecino, mientras se daban la mano. Siempre fue licenciado en relaciones públicas. Anfitrión perfecto, conocía a cada uno de mis amigos o familiares y siempre recibía a todos del mejor modo. Excepto cuando, en la calle, se dio cuenta de que un tipo tenía malas intenciones. Nunca lo vi tan amenazante. Prácticamente los dos elegimos a la persona que queríamos que acompañe nuestras vidas. Fue un amor tripartito. Una confirmación de haber elegido bien. Fuimos tres que hacíamos uno. Francisco amó todo lo que yo amaba. Mis padres, por ejemplo. Cuando murió mi papá, una amiga lo trajo al velatorio. Entró con la cola entre las patas. No saludó a todo el mundo, como solía hacerlo. Sólo fue a lamerle las lágrimas a mi madre. Se paró en dos patas en el ataúd, observó y se quedó un rato muy largo debajo de él, moviéndose sólo para asegurarse de que nosotros estuviéramos bien.


Mi perro vivió 16 años, tal vez la mejor etapa de mi vida. Hemos compartido infinidad de cosas, hemos bebido de la misma vida. Fue feliz, envejeció amado y hoy, sin dudas, estará corriendo a ras del suelo, en círculos, a toda velocidad, como solía hacer cuando se topaba con muchos metros de pasto y naturaleza. Francisco ahora conquista alturas inalcanzables. Hoy lo extraño tanto, pero siento que está en mí. Ahora es ángel y, día a día, me recuerda que ese contrato mirada con mirada en el que le dije: “Amigos para siempre”, significa “Eternidad”. Hoy confirmo que no estaba tan errado cuando era chiquito. Podía hablar con los animales, alma con alma. Con un perro, te aseguro, es casi como abrazar a Dios. Porque si existe, habita la mirada de los perros. No te pierdas esa posibilidad.

domingo, 15 de junio de 2014

FACEBOOK

Sí, me ganaron. Me convencieron y abrí una página de Facebook. Allí hablaré de teatro en general; de teatro musical en particular; de viajes, cosas de la vida, de todo un poco... como acá. Si te dan ganas, entrá, ponele Me gusta y te sumás a una pequeña porción de mi universo.

https://www.facebook.com/PabloGorleroHistoriadelmusical

lunes, 16 de septiembre de 2013

Seminario HISTORIA DEL TEATRO MUSICAL EN BUENOS AIRES

EN AGOSTO DE 2014 NUEVO SEMINARIO: "¿CÓMO ENTENDER AL TEATRO MUSICAL? HISTORIA DE UN GÉNERO".




El seminario anterior fue sobre la historia del teatro musical en el mundo, pero esta vez los invito a bucear en la trayectoria del género en esta ciudad. Desde sus orígenes, hasta la actualidad.


Fechas: 1° y 3 de Octubre 
Inscripciones elopaloteatro@gmail.com 
CUPO LIMITADO 

Se entregarán certificados de asistencia 

En breve publicaremos el programa detallado del taller. ¡Permanecé atento! 

jueves, 28 de marzo de 2013

Chau, don Manuel García Ferré

Lo voy a extrañar. Creó a muchos de los personajes que me acompañaron en mi niñez en juegos, películas, fantasía. Vi Petete y Trapito decenas de veces; hasta el día de hoy puedo recordar todas las canciones del disco de El mundo de Calculín; los cortos de Las aventuras de Hijitus acompañaron cientos de desayunos; derramé lágrimas de emoción a los 5 años con Mil intentos y un invento; mis despertares en los domingos transcurrían con El club de Hijitus; aprendí muchísimo con Petete; la revista Anteojito, que me regalaban mis viejos apoyó en forma marcada mi educación escolar; y dormí mucho tiempo con un muñeco de Trapito. Conocí personalmente a Don Manuel García Ferré hace varios años, en una entrevista para Diario Popular, y me reencontré con él hace siete años también en el marco de una entrevista. La fotógrafa (Mariana Araujo), el camarógrafo que filmó para la versión online del diario y yo nos quedamos horas charlando con él. Sacó de un armario al Petete original, a Hijitus, al Patriarca de los Pájaros... seres de gomaespuma que fabricó él mismo. Luego, hablamos varias veces por teléfono y siempre le prometí que nos sentaríamos durante horas a charlar para escribir su biografía. No cumplí. Pero donde Don Manuel esté, sabrá que soy uno de esos chicos a los que les hizo bien, que lo recordarán por siempre y que eternamente, desde lo más espiritual, dormirán abrazados a alguno de sus personajes. Fufú y chucuchucuchucu.


martes, 19 de febrero de 2013

Se viene HISTORIA DEL TEATRO MUSICAL EN BUENOS AIRES. Tomos 1 y 2.

Finalmente puedo confirmar que entre mayo y junio saldrán a la venta los dos tomos de Historia del Teatro Musical en Buenos Aires. El primero no es sólo una reedición de mi primer libro sobre el género. Está totalmente renovado y reformulado, con más fotos y más datos. El segundo abarca desde 1980 hasta 2012, repasando al detalle cada obra, cada artista y cada realizador. Se incluyen detallados capítulos sobre los últimos años del boom del musical en la Argentina y más de 200 fotografías.
Espero no defraudarlos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Casi normales


Cae el telón de un musical inolvidable

Por Pablo Gorlero



Las obras no parten para siempre, perduran y vuelven distintas, cambiadas. Pero las puestas no. Y sin dudas, el montaje que Luis Romero hizo de Casi normales, quedará en el “cuadro de honor” del musical en Buenos Aires y se va a extrañar. Una obra sofisticada, con un compositor como Tom Kitt que, como pocos, le puso la partitura exacta a las sólidas palabras de Brian Yorkey. Está inscripta en el nuevo musical, que escapa de todas las estructuras tradicionales y se atreve a hurgar en un tema sórdido, temido, complicado. ¿Cómo confiar en una obra en la que probablemente el espectador salga llorando angustiado? El confiado es Javier Faroni, quien con Casi normales tiene un antes y un después en su historia como productor.
Con pinceladas de gracia, esta obra dura, en la que el drama se desarrolla, crece y explota, modifica al espectador, lo afecta, lo sacude y, por fin, lo abraza. Pero aunque el drama de Diana, su bipolaridad y los métodos de tratamiento psiquiátricos son columna vertebral, la propuesta abreva en los vínculos. Por eso el amor del público por esta obra que aguantó un año en cartel, en tres salas diferentes. La ternura se cuela y uno, modificado, ve naturalmente filtradas sus propias relaciones, su propia historia y vínculos en estos seres mágicos. En la primera etapa, Laura Conforte abrazó a su Diana para consolidarse como una gran actriz, capaz de demostrarlo con o sin canción a cuestas. Tomó la posta una Alejandra Perlusky, que encaró a otra Diana, pero tan bella y poderosa como la anterior. Alejandro Paker fue ese tipo capaz de sostener con amor el temporal más violento, sabiendo que detrás siempre hay una luz. Florencia Otero, esa gran actriz joven de gran potencial dramático, fue sucedida con hidalguía y talento por Manuela del Campo; Fernando Dente, hizo un trabajo minucioso, de estudio, detallista; Mariano Chiesa abordó a dos seres muy diferentes, un especialista en dibujar personalidades distintas. Y esta obra permitió el descubrimiento de Matías Mayer, un joven intérprete que tuvo en sus manos al alma de la obra, con un futuro impresionante tras este gran comienzo en su carrera.
Sí, vamos a extrañar "sufrir" con Casi normales.
Primer elenco de Casi normales: Mariano Chiesa, Matías Mayer, Florencia Otero, Fernando Dente, Laura Conforte y Alejandro Paker

Segundo elenco de Casi normales: Mariano Chiesa, Matías Mayer, Manuela del Campo, Fernando Dente, Alejandra Perlusky y Alejandro Paker

Mariano Chiesa y Laura Conforte

Alejandro Paker, Laura Conforte y Florencia Otero


“Ser normal no es ser normal, pero ser casi normales, no está mal.” 

sábado, 20 de octubre de 2012

De mi perro sobre mi gato



Francisco, mi perro, en su diario (diariodeunperrosabio.blogspot.com) escribió esto para Néstor, su hermano gato, que nos dejó físicamente hace un mes.


Hola, diario. Te habrás preguntado el porqué de mi ausencia... Estuve muy triste.
Hace dos meses Nestitor empezó a estar un poco raro. Seguía haciendo su vida normal, pero adelgazando mucho. Pablo también se preocupó y lo llevó al veterinario. Ahí ya no te puedo contar con detalles porque viste que los humanos no te dicen nada, tenés que darte cuenta. Sólo que ese día, volvió llorando. Fueron muchas las veces en las que metían a Nestitor en un bolso y se lo llevaban. Se ve que Pablo me vio preocupado y un día me permitió ir con ellos. Confirmé que iban todos los días al veterinario. Lo subían a Nestitor a esa mesa de metal espantosa y fría para pincharlo y pasarle agua por un tubito que, a su vez, colgaba de una bolsa. No entendí por qué. Qué estupidez esa de que te den agua por un tubo pinchándote el lomo... Si yo lo veía siempre a Néstor bebiendo de nuestro tarro de agua. Una vez se lo llevaron a Néstor y tardó cinco días en volver. Me preocupé mucho. También me enojé y me puse celoso, lo admito. Pablo estuvo ausente mucho tiempo y sólo se abrazaba a mí para compartir su tristeza.
Cuando Néstitor volvió de esa ausencia, comenzó a estar un poquito mejor... pero sólo unos días. Volvió a empeorar y cada vez se puso peor. No te voy a dar detalles, diario, porque es muy triste. Sólo te voy a contar que ayer se murió.
Con Pablo estuvimos varias horas acostados con él adentro de un placard (donde se refugiaba los últimos días). Él le hacía mimos, yo lo observaba. Hasta que llegó un momento que duró varios minutos, en el que Néstor empezó a despedirse definitivamente. Nunca voy a olvidar esos minutos, que se hicieron siglos. Lo acompañamos hasta el final y Pablo le habló muchísimo.
Primero Saúl, ahora Nestitor. Ya sé lo que es la muerte. Ahora en casa confirmé bien de qué se trata eso de pasar un umbral.
Estoy muy triste, diario, muy triste. Néstor fue el mejor gato del mundo. Fue mi hermano gato, el que yo mismo elegí en la placita y con el que corríamos sin parar luchando hasta quedar exhaustos. Como escuché que dijo Pablo: Néstor era el gato más dulce y bueno del universo.
Esta primera mañana se me hizo muy difícil. Faltaba uno. Pero enseguida pensé que ahora Néstor volvió a correr, sólo que ahora tiene ventajas. Ahora podrá volver a treparse adonde quiera. Tal vez a lo más alto que haya pretendido jamás. Y era tan libre y curioso que hasta podrá hurgar dentro de nuestras propias almas, atrevido como era él. Con sus patitas irá amasando nuestros corazones por todo lo que nos quede de existencia, hasta que nos reencontremos. Sus ojazos ven más allá de todo. Te voy a extrañar mucho hermano. Chau.

sábado, 29 de septiembre de 2012

LIZA MINNELLI


Por Pablo Gorlero



Suena el teléfono de la redacción de La Nación. Atiendo. Del otro lado, saluda una voz en inglés.
-Hola... ¿Pablo?
-Sí... ¿Quién habla?
-Soy yo, Liza Minnelli.
-Ay, Anita... Dejate de jorobar.
-No, Pablo. No soy Anita. Soy yo, Liza Minnelli. ¿Te tomé de sorpresa?
-¿Liza? ¿En serio?
-Sí... La verdadera Liza Minnelli.
Como es de suponer, ese diálogo quedó en el anecdotario de la Redacción. Había pactado la nota unas cuantas semanas antes y olvidé agendarla. Por lo tanto, no esperaba el llamado ni estaba listo para la nota.
-No estabas listo, ¿verdad?
-La verdad que no. Te pido disculpas. Esperame que corro a buscar el grabador.
-Tranquilo. Qué placer volver a Buenos Aires.
Cabe aclarar que por lo general, antes de cada entrevista telefónica internacional siempre se comunica alguien de la producción o algún allegado al artista para anunciar que enseguida comenzará la entrevista. Pero en esta ocasión "the real Liza" (tal como lo dijo ella misma) decidió llamar por su cuenta y sorprender a su interlocutor. Tan real, tan sencilla y clara como para interrumpir la charla en un momento porque tocaron al timbre de su casa (y por lo que se pudo deducir, era alguien que traía su almuerzo).
Es que Liza siempre fascina. Haga lo que haga logra que uno sea consciente de que está ante una de las mayores estrellas de la historia del mundo del espectáculo. Fue a pocos días de arribar a Buenos Aires, donde presentó un gran concierto en el Luna Park.
A los 66 años, Liza Minnelli conserva un buen humor que no se registra sólo en apariencias sino en realidad. Tuvo sus momentos de grandes depresiones y sus padecimientos personales han llenado tantas páginas de diarios y revistas que no vale la pena escarbar en ellos. Para qué si es una intérprete inmensa. Es tal vez una de las últimas grandes leyendas del escenario y la pantalla. Y claro está, prócer del género musical. Ganó cuatro premios Tony, un Oscar, un Grammy, dos Golden Globes y un Emmy, y es hija de dos grandes glorias del espectáculo internacional: Judy Garland y Vincente Minnelli.
El nuevo siglo la recibió con contratiempos y alegrías. Su salud le hizo algunas jugadas antipáticas, pero a su vez, en estos últimos años volvió al cine y a la televisión, y realizó dos conciertos míticos: Liza is Back y Liza's at the Palace. Precisamente, se acaban de editar en la Argentina dos CD: la grabación en vivo de este último concierto y un novedoso trabajo: Confesiones.
Este último es muy diferente a cualquiera de sus anteriores trabajos. Es más personal, más íntimo. "¿Querés que te cuente cómo aparece ese álbum en mi vida? Me quebré el tobillo y me tuve que quedar muchos días en cama. Me estaba aburriendo tanto que llamé a Billy Stritch, mi director musical y amigo, y le dije: «Hagamos algo, me estoy volviendo loca». Entonces, vino a casa y estuvimos pensando en canciones que realmente nos encantan. Luego, otro amigo vino con él un día y resolvió que teníamos que hacer de eso un disco. Así fue como lo grabé en mi cuarto, desde mi cama", confiesa la estrella. Más íntimo de lo que uno podría imaginarse. Es de esos discos como para escuchar solo, en casa o en el auto. Con un café, unos mates o con un paisaje que abrace. "Íntimo es la palabra exacta para definir a Confesiones. Es de esa música ideal para poner durante la cena. Música que te distrae, buena música. ¿Sabés cómo ocurre eso? Cuando hacés el trabajo en base a lo que te gusta. Con Billy elegimos aquellas canciones que nos encantaban. Y a los fanáticos de mi repertorio clásico les encantó. Eso me dejó aún mucho más conforme".
El concierto que ofrecerá hoy en el Luna Park tendrá varias canciones de ese CD, pero ella está atenta a los requerimientos de sus fanáticos. "Quiero mostrarle al público a esta nueva Liza de Confesiones, pero también voy a incorporar muchas sorpresas y todos aquellos temas por los cuales soy famosa en todo el mundo. Nunca me cansaría de cantar «Cabaret» o «New York, New York». Soy consciente de que estoy obligada a interpretarlas. No puedo negarlo. Pero ya son parte de mi show, son su esencia. No me preocupa porque siempre canté todo tipo de temas. Pensá que cantar fue siempre mi hobby, desde que era chica. Algunas personas coleccionan estampillas, yo me entretenía aprendiendo letras de canciones. Y no apuntaba a lo más fácil. Lo primero que aprendí fue todo el repertorio de George Gershwin", confiesa.
Sin duda, aunque a lo largo de su carrera su voz haya tenido momentos sublimes y otros no tanto, el hecho de ser una gran actriz y su particular energía la hacen única. "Los conciertos hacen que no extrañe nunca a la actriz. Porque muchos creen que están viendo a una cantante sobre el escenario, pero no es sólo eso. Están ante una actriz. Yo tomo a cada canción como un papel distinto. Eso vuelve a este trabajo atrapante, emocionante. ¿Sabés quién me enseñó eso? Charles Aznavour. Era muy joven cuando lo fui a ver y pensé que eso era lo que quería hacer. Viajé a París y cuando lo conocí le pedí que sea mi mentor. Y aceptó. Desde ahí en adelante, él me enseñó esto. Fue muy genial", define.
"De todos modos, me llaman para trabajar en muchas cosas, tanto en cine, teatro o televisión, pero hago sólo lo que realmente me gusta." No son tantos los trabajos que escoge. En los últimos dos años tuvo una participación impecable en la película Sex & the City 2, y apareció como actriz invitada en la series televisivas Arrested Development, Law & Order: Criminal Intent y Drop Dead Diva. "Aprendí a no desesperar con ningún trabajo. Cuando se estaba desarrollando la idea del musical Cabaret, para Broadway, fue muy gracioso lo que ocurrió conmigo. Harold Prince me convocó, vino a mí antes que a nadie. Pero después cambió de parecer y me dijo: «No va a poder ser porque necesito a una persona inglesa». Yo pensé: «okey». Estaba segura de que ese papel de Sally Bowles iba a volver a mí. Creo que en el fondo sabía que se iba a hacer la película -recuerda fervorosa-. Ese film fue un regalo para mí. Y lo más grandioso de ese trabajo y la razón por la que pudimos salirnos con la nuestra en muchas cosas fue porque nos mandaron a Alemania a hacer un musical sobre el nazismo. ¡Por favor!... Y sí, (Bob) Fosse lo hizo". Su primer trabajo en el circuito comercial de Broadway fue a los 19 años, con la comedia musical Flora, the Red Menace (1965), que fue un fracaso comercial pero que le hizo ganar un Tony. Luego vino un reemplazo en Chicago, y siguieron The Act, El búho y la gatita, The Rink y Víctor Victoria. No tantas obras para una estrella como Liza. "No sabés las ganas que tengo de hacer algo en Broadway. Y son muchas las propuestas que me ofrecen. Pero sabés qué... mi regreso tendría que ser algo muy especial. Debería ser mi propia obra. Yo puedo interpretar tantos papeles diferentes, sería bueno tener esa posibilidad de volver a vivir un momento distinto. También soy consciente de que el público me quiere ver como una show-woman. Tengo que sentirme agradecida por esa bendición."
Liza llegó a Buenos Aires ayer por la mañana, con una alegría inusual. No es una postura ese amor que dice sentir por esta ciudad. Entre sus planes está ir a ver algún show de tangos, algo que le fascina, y salir a cenar con gente conocida. "Tengo muchos amigos en ese país y eso también me motiva a volver. Es verdad cuando digo que el público argentino es especial. El espectador de allá es brillante, comprensivo, atento, inteligente y tiene una particular forma de manifestarte su aprecio. Son muy cariñosos."
-Y si te gusta tanto el tango, ¿cuándo te vas a animar a cantarnos uno?
-¡Ay sí! ¡Claro que me animaría! Sólo que todavía no me aprendí ninguno. Pero bueno, nunca se sabe...
Liza, en el Luna Park



lunes, 3 de septiembre de 2012

Chau, Jorge


Murió uno de los últimos grandes cómicos argentinos

Figura del cine, de la TV y del teatro, fue uno de los personajes más queridos del ambiente artístico local


Por Pablo Gorlero 

Cuando era chico le encantaba salir a la calle descalzo los días de lluvia. Se armaba una capucha improvisada con alguna bolsa y se embarraba bien. Feliz, chocho de la vida, volvía a su casa a regalarles su enorme sonrisa a sus tres hermanos, a su madre asturiana y a su padre portugués. De joven, ya con dos o tres programas de radio al mismo tiempo y rodajes cinematográficos, no cambiaba por nada del mundo la pizza con cerveza y prefería moverse en tranvía antes que comprarse un auto. Retratos anticipados de un tipo humilde que fue uno de los cómicos más queridos del ambiente artístico nacional. 
Se trata del gran Jorge Luz, quien murió anteanoche, a los 90 años, en el Sanatorio de la Providencia de Buenos Aires, donde se encontraba internado desde hacía dos semanas a raíz de una afección pulmonar por la que debió ser intervenido quirúrgicamente.
Jorge nació el 8 de mayo de 1922 en Empalme San Vicente (hoy Alejandro Korn), como Oscar Jorge Da Lus Borbón y estudió en el Colegio Otto Krause, consignó ayer Télam.
Era el más chico de cuatro hermanos y siempre recordaba que, aunque su familia pudo vivir bien, hubo momentos en que su madre tuvo que lavar ropa para sumar algunos pesitos al hogar. Ya de chiquito era desinhibido y se esmeraba por ser el primero en levantar la mano a la hora de recitar o hacer alguna lectura en clases.
Aída Luz, su hermana mayor -y amiga inseparable- fue figura del espectáculo desde muy joven. A los 16 años, la acompañó a una grabación y tuvo la chance de cubrir un pequeño papel en un radioteatro. De ahí en más trabajó sin parar como actor. Pedro Tocci lo contrató para formar parte de su elenco en Radio Argentina. Ahí llegó a trabajar con Eva Duarte, a quien siempre recordó. Continuó trabajando en distintas emisoras y en algunas películas con breves apariciones. Hasta que Carlos Borcosque le dio la oportunidad de encarnar un papel más importante en Y mañana serán hombres (1939). Un compañero de elenco de Radio El Mundo, Zelmar Gueñol, lo hizo ingresar en su compañía, La Cruzada del Buen Humor, de la que derivó un grupo que hizo historia en la radio y el cine nacional: Los Cinco Grandes del Buen Humor, que Jorge formó junto con Zelmar Gueñol, Rafael "El Pato" Carret, Guillermo Rico y Juan Carlos Cambón. La primera película del grupo fue Cuidado con las imitaciones (1948) y le siguieron otras como Cinco grandes y una chica, Cinco locos en la pista, Locuras, tiros y mambo, Fantasmas asustados, El satélite chiflado, Africa ríe, Los peores del barrio, entre otras. En televisión hicieron La hostería encantada La revista de los sábados . El humor del grupo se comparaba con el de los Hermanos Marx, pero se separaron por la muerte de Cambón y Jorge Luz ingresó como cabeza de compañía del nuevo teatro Caminito, que dirigió Cecilio Madanes desde 1957. Allí hizo ocho temporadas de obras comoLos chismes de mujeres, La pérgola de las flores, Las aventuras de Scapin, La zapatera prodigiosa, La verbena de la Paloma Una viuda difícil , entre otras. También con gracia y ductilidad para el canto y el baile, participó en muchos musicales como Irma, la dulce, Polvo de estrellas Mamá es una estrella ; y en revistas como Luz verde Había una vez... Ambar, luz y sombra , entre muchísimas otras.
Jorge Luz, en La pérgola de las flores
En cine, además, trabajó en muchas otras películas como Los celos de Cándida, Camino al infierno, Juguemos en el mundo, Yo también tengo fiaca, Abierto de 18 a 24, Canuto Cañete y los 40 ladrones, Delito de corrupción Nacido para cantar . En las últimas dos décadas trabajó en films como La peste, De eso no se habla, Sol de otoño, El juguete rabioso, Loco India Praville .
Gran capocómico
Exquisito imitador, se animó desde joven a la caracterización femenina. Berta Singerman y Tita Merello fueron algunas de sus más recordadas imitaciones. En teatro, además, trabajó en La dama de las camelias y más recientemente en Incrustaciones (2004), junto con Marilú Marini, dirigido por Alfredo Arias.
En televisión también tuvo una carrera muy destacada. 1969 fue uno de sus años más intensos. Tenía hasta tres funciones diarias en el teatro y grababa dos exitosos ciclos televisivos: Domingos 69 La Baranda . Allí ya llenaba páginas de revistas con comentarios sobre sus personajes La Chusma (antecesora de La Porota), Puyeta Adorna de Videla y Etelvina Lapizlásuli Iturriberri viuda de Menéndez Tareti. También se destacó en El humor de Niní Marshall (gran amiga suya)y tuvo una gran popularidad en 1987 con Las gatitas y ratones de Porcel , donde nació su personaje La Porota, en el sketch "La Tota y la Porota". El suceso fue tan grande que tuvo su propio programa y una taquillera versión teatral: Hay fiesta en el conventillo .
En 1991 fue convocado por Charly García y Pedro Aznar para prestarle su voz al tema "Cucamonga Dance", para el disco Tango 4 . "George Light es la estrella tonight, George Light es lo más grande que hay. Jorgito, gracias por tu alegría y tu inmenso talento -expresó Pedro Aznar en su Facebook-. Recuerdo con emoción la tarde que viniste a grabar a casa el «Cucamonga Dance» y Charly y yo escuchamos fascinados tus hilarantes anécdotas. ¡Estuvimos riéndonos más tiempo que grabando! Gracias, campeón. Siempre fuiste y serás Luz." Es imposible mencionar en este espacio todos los espectáculos en los que trabajó. Hasta hace muy poco, Jorge fue un visitante permanente de cuanto estreno teatral y cinematográfico sucediera en Buenos Aires. Siempre entusiasmado y contento, una de sus últimas presencias en público fue en noviembre del año pasado, cuando recibió un Premio Hugo a la trayectoria (ver recuadro), acompañado por el periodista y escritor Hugo Paredero, quien está escribiendo su biografía.
Quien esto escribe nunca olvidará la tarde en que compartió unos mates, con masitas, en la casa de los Luz. Aída y Jorge eran unos anfitriones ejemplares. Por su sencillez, su buen humor y esa habilidad por hacer cosquillas en el alma y conseguir que uno se aleje feliz, fresco, bien. Se los va a extrañar.
Sus restos serán trasladados hoy al Panteón de Actores de la Chacarita.
Jorge Luz, en el momento de recibir el Hugo a la Trayectoria
OBTUVO CASI TODOS LOS PREMIOS
En 1988 fue premiado por su labor en Abierto de 18 a 24 y en 2007 recibió el Cóndor de Plata a la trayectoria, de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina. En 1993 obtuvo el ACE de Oro por su labor en La zapatera prodigiosa, y el año pasado hizo una de sus últimas apariciones cuando recibió de manos de Pepe Cibrián el Premio Hugo al Teatro Musical por su trayectoria.