lunes, 13 de septiembre de 2010

Festival Ibsen

NORUEGA RESPIRA TEATRO

Por Pablo Gorlero

OSLO.- El alcohol es caro en Noruega: los impuestos a la bebida son muy altos. Pero hay otras posibilidades de embriagarse. De cultura, por ejemplo. Hay bares de jazz y de rocanrol por donde se busque. Y con sólo pisar la plaza que antecede al Parlamento, uno se siente atrapado por unas voces líricas que reúnen no a docenas, sino a cientos de personas. Es que desde el viernes último hasta el 19 de este mes, Oslo se viste de esmoquin para recibir a su Festival de Opera. A unas cuadras, un sinnúmero de galerías de arte se dan la mano, mientras el gran Vigeland vigila desde el corazón verde de la ciudad, con sus esculturas convertidas en patrimonio de la humanidad. Pero ¿la locura cultural pasa sólo por la música o las artes plásticas? Basta hacer unas cuadras por la pomposa Karl Johans Gate para toparse con un edificio que cualquier amante del teatro puede sentir palpitar. Muy fuerte. Es el Teatro Nacional de Noruega (Nationaltheatret), con el monumento en bronce del gran Henrik Ibsen como eterna custodia. Más allá, a dos cuadras de distancia, está la casa donde vivió en sus últimos años. Las habitaciones donde concibió John Gabriel Borkman (1896) y Al despertar de nuestra muerte (1899). Y allí los noruegos lo honran con un museo tan hermoso como ilustrado, tan emocionante como educativo. Aunque sus mejores obras hayan sido escritas en el exilio y aunque más de una vez haya sido crítico con su patria, aman ese genio y lo honran. Tanto como para realizar, cada dos años, el Festival Ibsen, dentro de las paredes del bello Teatro Nacional.

Todos los grandes gobiernos...

La embajada de Noruega en la Argentina eligió a LA NACION como único medio para cubrir semejante evento cultural. Había un motivo extra: una obra excelente como Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo, dirigida por un director mayúsculo, Daniel Veronese, y con un elenco que da orgullo: Claudio Da Passano, Silvina Sabater, Elvira Onetto, Marcelo Subiotto y Osmar Núñez. Tanto que el día en que este cronista arribó a la amable Oslo, divisó a dos cuadras la bandera argentina, junto a la noruega, en el frente del Teatro Nacional, como señal fraterna de que una obra de esa nacionalidad se estaba representando allí.
El Festival Ibsen celebra su feliz vigésimo aniversario con un puñado de obras extranjeras, basadas en los clásicos del dramaturgo, y las más destacadas puestas locales también inspiradas en sus trabajos. "Durante los últimos años, me di cuenta de que había un especial interés en los artistas jóvenes por redescubrir a Ibsen. Y encontraron un renovado sentimiento hacia su obra -explica Hanne Tømta, directora artística y general del Teatro Nacional-. Los dramas de Ibsen tiene el polvo de la historia, pero a través de los dramaturgos, del dedicado trabajo de los actores y de la aguda dirección, la obra de nuestro autor ha sido reinterpretada continuamente para que siguiera siendo relevante durante todo el siglo XX y los comienzos del XXI". El festival comenzó el 26 de agosto y continuará hasta el viernes próximo, tanto en el Teatro Nacional como en otras salas de la ciudad.
Se inauguró con Ibsen Machine, un trabajo local que, sin duda, es una de las estrellas del evento y seguirá representándose hasta el último día. El dramaturgo Sebastian Hartmann creó una obra en la que su personaje principal es Osvald, de Espectros, que interactúa con diversas criaturas de otras creaciones del escritor noruego.
Por su parte, el director francés Laurent Chétouane presentó su versión de Casa de muñecas, con un elenco noruego. El actor alemán Josef Bierbichler, ahora internacionalmente conocido por su trabajo en la elogiada película La cinta blanca (de Michael Haneke), llegó a Oslo para protagonizar una nueva versión de John Gabriel Borkman. "Un nuevo capítulo en la historia del teatro europeo", dijo Le Monde sobre este montaje del Schaubühne, a cargo de Thomas Ostermeier. En el elenco también participó Angela Winkler, ganadora del premio Año Ibsen 2006 por sus trabajos en personajes de ese autor.
Por su parte, el artesanal Chorus Repertory Theatre, del director indio Ratan Thiyam, presentó una aplaudida versión de Al despertar de nuestros muertos , con efectos especiales, artilugios visuales y un coro de cantantes.

Acento porteño
El jueves último, a las 19.30, una fila entusiasta, con espectadores de todas las edades, se agolpó en la puerta trasera del Teatro Nacional. Es que allí, detrás del escenario principal, en su trastienda, se montó el decorado minimalista de Todos los gobiernos han evitado el teatro íntimo, obra de Daniel Veronese que se basó en Hedda Gabler, de Ibsen. Allí, la nueva platea eventualmente armada por la producción se llenó (se vendió hasta la última entrada) para recibir con aprobación, risas y sorpresa la propuesta de los argentinos. Sin duda, es una de las joyas del teatro independiente actual y los europeos que conocen tan minuciosamente la obra de Ibsen, captan el detalle y celebran cada actuación hasta no permitir que los actores se retiren luego de tres saludos. Y una sala completa de pie, lógico. A la función siguiente, lo mismo. "Es fantástico como, con humor, emoción y cierto distanciamiento no abandonan el drama de Hedda Gabler", comentó a este cronista una fotógrafa local. Un orgullo.
Anteayer se presentó el elenco griego para representar The Lady From the Sea , en la sala principal del Teatro Nacional. Ya desde el foye r, uno respira las voces y los atuendos que, durante cientos de años, transitaron por ese escenario. Arañas inmensas, cielos rasos rococó y palcos con cariátides que parecen acariciar a sus espectadores son el marco ideal para embriagarse de teatro, desde el comienzo.
El elenco, dirigido por Eirik Stubø, uno de los "chicos rebeldes" del teatro europeo actual, conmovió al efusivo público noruego, que los aplaudió sin parar. El director hizo trabajar a su elenco de primeras figuras de la escena griega en un gigantesco escenario vacío, sin el mínimo elemento de utilería ni ningún decorado. Allí solitos, como en el vacío, volvieron expresionista al realismo en una propuesta coral e íntima a la vez, donde el actuar parece prohibido, pero el sentir es la esencia.
Quedan unas cuantas propuestas, además de las locales, una china y otra sueca. Pero no es una maratón de obras. El Festival Ibsen no es compulsivo. No es de esos eventos en los que hay que correr de un teatro a otro. Es metódico, prolijo y cuidado. Como Noruega.

Ibsen en su tierra
Las últimas semanas del verano nórdico ya acarician la capital noruega con un clima amable, con el sol y las nubes disputándose el dominio del cielo y algún viento que advierte sobre lo que se viene. Ellos andan tranquilos, como siempre, inundando las calles de noche y de día, despechugados como si los 18 grados de máxima fueran 25. Más aún, con tres festivales culturales en una semana. Concluido el de Opera, acaba de comenzar el Festival de Tendencias Musicales Contemporáneas Ultima, que hace un repaso por toda la vanguardia escandinava en materia de música y danza.
Pero La Nacion está en Noruega, gracias a su embajada en la Argentina, para seguir los pasos del vigésimo Festival Ibsen, de teatro. Todavía resuenan los ecos de la presencia de Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo, la versión que Daniel Veronese hizo de Hedda Gabler. “Sin dudas, lo mejor que he visto en estas dos semanas”, dijo el reconocido director Kamaluddin Nilu. Algo similar, comentó la crítica teatral cubana Yohayna Hernández.
En estos últimos días, el Teatro Nacional sólo compartió su bandera con las de China y Suecia, ya que las demás puestas fueron locales. Salvo excepciones, la tendencia del encuentro apunta a montajes ascéticos, estáticos y un premeditado distanciamiento. Como el montaje local de Casa de muñecas, dirigido por el francés Laurent Chétouane, que apunta a la representación de la representación y todo aquello que la compone. Desde su escenografía, compuesta por estructuras de madera que tal vez podrían convertirse en utilería, logra generar un esqueleto, cuya extrema frialdad tal vez le quite matices. Los intérpretes recorren el espacio escénico en forma permanente cuando esperan su turno para salir a escena, como para que el espectador no olvide que eso no es verdadero; la protagonista (un cruce entre Nora y Antígona) actúa su personaje en forma casi monocorde, pasando una a una las páginas de su libreto y sin moverse de su sillón, mientras algunos otros se interrelacionan a su turno.
Un poco más lejos del Teatro Nacional, pasando por el bohemio barrio de Grünerløkka, se encuentra el pequeño teatro Torshov (también oficial). A esta sala casi alternativa, de portentosa fachada, se accede por una escalerita que conduce a un espacio escénico en semicírculo, con piso de pedregullo negro. En un nivel superior, un actor recita textos sobre la paternidad, con voz en off amplificada. Luego, el resto del numeroso elenco irrumpirá y armará una extensa mesa articulable y desarmable que cruza la escena e impone el límite, contundente. Así comienza la propuesta noruega de El padre, del vecino August Strindbeg, única obra que no pertenece a la dramaturgia de Ibsen en el Festival. La directora Victoria H. Meirik condujo a sus actores hasta los bordes mismos de sus emociones, con un conocimiento minucioso. A su vez, le impuso a su montaje una importante fuerza escénica y dramática, a partir de un elenco virtuoso, del que merecen destacarse los nombres de sus dos protagonistas: Henrik Mestad y Andrine Sæther.

El padre

En el Teatro Nacional, se presentó esa hermosa metáfora que es El maestro constructor (The Master Builder), de Ibsen, a cargo de Lin Zhaohua, una de las principales figuras de la escena china. En ella participan actores populares de ese país, pero en un montaje también con escasas acciones para semejante escenario. Irremediablemente, la dramaturgia camina muy adelante de los intépretes. De todas formas, Zhaohua impuso a su puesta unas pinceladas estéticas y musicales exactas, preciosistas, como para que el espectador salga de la sala con cierto nudo en la garganta.

El maestro constructor

Deconstrucción Ibsen 1: Espectros

Pero sin dudas, una de las mejores propuestas de este célebre festival noruego es Deconstrucción Ibsen 1: Espectros. En el escenario menor de este gran teatro, un dúo de excelentes actores suecos: Rafael Pettersson y Nils Dernevik, ofrecieron una clase magistral de actuación con la fantástica versión que Jörgen Dahlqvist hizo de Espectros. El dramaturgista tomó a dos de los personajes de la obra, uno masculino y otro femenino, y “deconstruyó” la pieza, pero para cavar hondo en el sentido de su trama. Lo femenino y lo masculino está encarnado en ambas criaturas, no sólo a través de su vestuario y maquillaje, sino en la sutil y a la vez intensa interpretación. La directora Linda Ritzén llevó a los actores por senderos a través de los cuales sus criaturas descubren (o intentan hacerlo) cuál es el motivo de su presente y su destino. No sólo se amarán y combatirán al mismo tiempo entre ellos, sino que bucearán en las fosas más profundas de sus vidas, para reencontrarse, alejarse y volverse a encontrar. Por momentos se ahogarán, en otros podrán volver a la superficie. A veces en la paz, a veces en la locura. Inclusive a fuerza de repetición. Y, por instantes, mirarán al público fijamente, como responsabilizándolo. Imposible no salir estremecido de este impresionante trabajo.
Luego de que el gran dramaturgo noruego Jon Fosse recibiera el Premio Festival Ibsen 2010 (que consiste nada menos que en 300 mil euros), el Festival culminó con su obra estrella: la noruega Ibsen Machine, un trabajo artesanal de dos horas y media donde el dramaturgo Sebastian Hartmann jugueteó con distintos personajes del universo Ibsen para hacerlos interactuar en una locura sofisticada y muy bien interpretada.
Sobre el anochecer del viernes, la iluminación urbana hacía que la figura del monumento a Ibsen se agigante sobre una de las paredes del Teatro Nacional. Fue la imagen perfecta para cerrar su inolvidable fiesta, en su propia casa.

Ibsen Machine

El gran Teatro Nacional
OSLO.- El Teatro Nacional de Noruega, con su monumento a Ibsen como custodia imponente, es una joya de la arquitectura inaugurada en 1899 (único momento en que el dramaturgo pisó esa sala). Por dentro es imposible no enloquecer la mirada, tanto por su arquitectura y diseño como por su organización. Con frescos en los techos de la sala, en el foyeur y en otros diferentes sectores, tiene un estilo barroco que lo embellece. A su, vez, por sus paredes desfilan innumerables cuadros de los actores, directores y dramaturgos que pasaron por sus escenarios; y por dentro, los palcos presentan cariátides únicas.
El 9 de octubre de 1980, un proyector cayó sobre el escenario en plena función, a sala llena cuando se representaba The Kingfisher. El fuego envolvió la escena inmediatamente, pero por fortuna no hubo víctimas y las llamas no se extendieron más allá del proscenio. Su capacidad es para 780 personas aproximadamente, aunque su caja escénica, en su totalidad, es mucho mayor que la platea, y tiene salida hacia la calle trasera.
Tiene todo lo que un teatro oficial debería tener, desde un importante presupuesto que le destina el Ministerio de Cultura como para hacer grandes y pequeñas producciones, y todas las comodidades para espectadores y empleados. El 20 por ciento de sus ganancias es a partir de la venta de entradas, mientras que el 80 restante proviene del Estado nacional.
Esta institución cultural amada por los noruegos produce entre 12 y 16 producciones anuales, que se comunican oficialmente en enero y agosto. La permanencia de las mismas es de acuerdo a la aceptación del público, aunque teniendo en cuenta la cantidad de habitantes de Oslo, el promedio en que las obras están en cartel es de aproximadamente 30 funciones.
El Anfiteatro es la sala mediana, inaugurada en 1963, y reformada sucesivamente, en 1980 y 1999, año en que se la “agrandó” para dar lugar a unos 210 espectadores. Entretanto, la sala más pequeña es The Paintshop, con capacidad para 65 personas.
Es llamativo como, antes de acceder a la sala, los espectadores pueden dejar sus abrigos en una fila de percheros sin que, a la salida, nadie se lleve nada equivocado. A su vez, el entreacto es casi una ceremonia, donde la gente acude a la barra del foyeur o al bar del primer piso para tomar un trago antes de que comience el segundo acto.
Un dato curioso: no hay talleres de vestuario ni escenografía en el Teatro. Están en otro edificio, en las afueras de la ciudad. Pero cuentan con un enorme camión propio que se ocupa de los traslados.





4 comentarios:

  1. Como siempre tus palabras me llevan a recorrer lugares y vivencias hermosas!!!!Siempre me haces vivir cosas irrepetibles!!! te quiero y te admiro!!!!!Mariel

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  2. Siempre me haces vivir situaciones y momentos irrepetibles con tus articulos!!!!me transportas a lugares hermosos con tu pluma , me siento muy orgullosa y feliz de poder compartir tus vivencias !!!!! te quiero Mariel

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  3. Me produce un inconmensurable placer leer tus articulos, muchas veces me transporto al lugar y me parece estar alli, esa forma bella de escribir!!!!! me llena de mucho orgullo !!!!! besotes Mariel

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  4. ¡Gracias, hermanita! (es mi hermana) Yo también te quiero y te admiro. Besote.

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