lunes, 23 de abril de 2012

Crónicas de Broadway 2


Todas las fotos son de Joan Marcus

Anything Goes


EL ESPÍRITU DE COLE PORTER REVIVE EN MANHATTAN


Por Pablo Gorlero


NUEVA YORK.– Brillante y sofisticado, urbano e irreverente, un dandy que heredó 9 millones de dólares y los utilizó para darse la gran vida y hacer lo que le gustaba. Esas fueron las cualidades periféricas de Cole Porter uno de los compositores más brillantes que ha dado la música estadounidense. Comenzó componiendo canciones para algunas revistas hasta que en 1928 estrenó su primera comedia musical, Paris; la lista que prosiguió fue inmensa. Y entre esos grandes títulos que contenían sus brillantes canciones, está la espectacular y divertida Anything Goes, estrenada en 1934. Cabe recordar que en aquellos años en que los compositores y letristas eran las principales estrellas de los musicales (Jerome Kern, George e Ira Gershwin, Irving Berlin, Rogers y Hart, por ejemplo), el libro casi siempre estuvo subordinado a esas melodías. Por lo tanto, cada vez que alguno de aquellos títulos se repone en la actualidad, es revisado y remozado. Es lo que ha sucedido con esta nueva versión de Anything Goes que hoy le da a Broadway un placentero y nostálgico sabor a comedia musical clásica.

Aunque originalmente fue gestada para el lucimiento de la estrella, Ethel Merman, Porter logró con este auténtico vodevil pasatista una partitura de cadencias sofisticadas, letras pegadizas y ritmos tan populares como exquisitos puestos al servicio de la canción y el baile. Sus canciones eran mucho más que la obra. “You’re the Top”, se hizo inmensamente popular con sus graciosas comparaciones; así como también “Anything Goes” (leit-motiv de la obra) y el góspel “Blow, Gabriel, Blow”, que poco se relaciona con el libreto y fue incorporado a la obra luego de su estreno, ya que la estrella quería cantar un tema de esas características. Hubo versiones cinematográficas y muchas reposiciones, y siempre fue muy bien recibida.


"You're the Top", con Colin Donnell y Sutton Foster


Laura Osnes y Colin Donnell, al frente de "It's De-Lovely"


Colin Donnell, Joel Grey y el elenco femenino


Broadway volvió a tener a Anything Goes en su cartelera desde marzo del año pasado. Se estrenó con una de las figuras más convocantes del teatro musical estadounidense: Sutton Foster. Histriónica como pocas, hizo una carrera imparable desde su protagónico de Thoroughly Modern Millie, en 2002 (luego Little Women, The Drowsy Chaperone, Young Frankenstein, Shrek). A la hora de elegirle a un partener, esta producción de la prestigiosa Roundabout Theatre Company (compañía teatral que se sustenta con los aportes de más de 35 mil personas) elegió a un talentoso compañero con poco cartel, como Colin Donnell y la atracción de una megafigura de renombre internacional como Joel Grey.

Como ocurre siempre en esta capital del musical, los protagonistas cumplen un ciclo y dan paso a otros. Sutton Foster dejó el papel de Reno Sweeney el 12 de marzo para trabajar en TV y, de inmediato, ocupó su lugar otra primera figura de la Gran Manzana: Stephanie J. Block, quien fuera protagonista de The Boy From Oz, Wicked, The Pirate Queen y 9 to 5.


Stephanie J. Block, nueva protagonista de Anything Goes



El nuevo libro reescrito por Timothy Crouse (hijo de uno de los autores originales, Russel Crouse) y John Weidman (socio artístico de Sondheim en algunos de sus trabajos) para esta nueva versión es uno de los mejores logros de este montaje. Es mucho más ágil que el original, más divertido y orgánico. Eso permite que las canciones de Porter tengan una mejor continuidad con su línea hablada. Inclusive se han incorporado algunos temas que pertenecen a otros musicales del autor o a anteriores revivals, como “It's De-Lovely”, “Buddie Beware”, “Goodbye, Little Dream, Goodbye”, “Friendship” y “The Crew Song”. Esos aportes, esa fluidez y el tan justo como ágil montaje de la coreógrafa y directora Kathleen Marshall hacen que el espectador salga feliz del Stephen Sondheim Theatre.



Una coreografía en un escenario de Broadway, con 30 intérpretes zapateando es garantía de gozo para el espectador. Los cuadros "Anything Goes" y "Blow, Gabriel, Blow" tienen una potencia que se expande a lo periférico de la escena. La coreógrafa y directora Kathleen Marshall no deja desprotegido a ningún bailarín ni actor que esté en escena. Suma todo a la acción, pero no en forma caprichosa si no funcional. A ese despliegue artístico (ya que Anything Goes no hace alarde de parafernalia escenotécnica) se suman la picardía de las canciones de Porter así como la excelencia de su elenco.


Joel Grey, como "el enemigo público N° 1" Moonface Martin


Hayley Podschun y parte del elenco masculino, en "Buddie Beware"


John McMartin, como el millonario Elisha


La pareja joven original: Colin Donnell y Laura Osnes


Reno Sweeney encarnada por Stephanie J. Block


Stephanie J. Block es una intérprete magnífica con una impresionante voz. Marshall hizo un nuevo diseño de este personaje, para ser interpretado por alguien que sea capaz de bailar muchísimo y, además, cantar virtuosamente. Block consigue que el público la ovacione sin extrañar a Sutton Foster. El personaje de Joel Grey posee en esta versión un mayor protagonismo y este prócer de Broadway tiene el peso escénico esperado. Su cuadro "Be Like the Blue Bird" es para la antología. Por su parte, Colin Donnell la picardía necesaria para su galán pillo y, además de tener una voz que se remeda muy bien el estilo de los años 40 y 50, demuestra ser un gran bailarín y comediante. Tanto Robert Petkoff -hace un dúo desopilante con Block en "The Gypsy in Me"- como Hayley Podschun -brillante antidiva en "Buddy Beware"- saben cómo sumarle todo el humor necesario al lenguaje musical. Un placer extra es ver sumados a este elenco al veterano John McMartin (Sweet Charity) y a Julie Halston (la Bitsy Von Muffling de Sex & the City).


Esta obra es parte del alma de Broadway. Bonus track: excelente noticia, el año que viene se podrá ver en la Argentina.


Crónicas de Broadway 1

Fotos: Paul Kolnik (Lincoln Center)

WAR HORSE, EN EL LINCOLN CENTER

El montaje, importado de Londres, cruza en

forma magistral diferentes lenguajes estéticos


Por Pablo Gorlero

Fotos: Paul Kolnik (Lincoln Center)

NUEVA YORK.- "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que los animales son tratados". Esa certeza la dijo alguna vez Mahatma Gandhi y, de algún modo, es leitmotivdel grandioso montaje de War Horse ( Caballo de guerra ), que se representa con éxito en el Lincoln Center de esta ciudad.

Es una coproducción entre esa institución, el National Theatre, de Gran Bretaña, y el Vivian Beaumont Theatre, de Londres, donde esta obra se estrenó en 2009, con un gran suceso que la mantiene en cartel. Ese mismo montaje, dirigido por Marianne Elliott y Tom Morris, fue el que inspiró a la producción del film de Spielberg. El Times lo denominó como "El evento teatral de la década". Y no es exageración. Este montaje de diseño increíblemente bello se llevó Tonys y Olivier casi en la misma proporción.

Es una adaptación que Nick Stafford hizo de una novela para chicos escrita por Michael Morpurgo. Es una obra sobre el amor incondicional, en este caso entre un ser humano y un animal, atravesado por la injusticia.

Albert es un adolescente de 16 años que vive en una granja de Devon, en Inglaterra. Su padre -veterano de la armada británica, alcohólico y depresivo- compra un potrillo que, inmediatamente, entabla una relación especial con él. Ambos se entienden perfectamente y se vuelven compañeros inseparables. Hasta que su padre vende el caballo a un oficial británico para servir en la guerra. Así es como el pobre Joey -nombre que el chico le dio al caballo- va a la batalla, conoce lo opuesto a la vida tranquila y al aire libre de una granja, y entabla distintas relaciones con otros seres humanos y hasta con otro caballo. Mientras tanto, los años pasan y Joey no se olvida de su amigo. Apenas cumple la mayoría de edad, Albert se enrola para ir en su búsqueda. De este modo, el libro sigue la historia, las desventuras y travesías de estos dos personajes -hombre y caballo- hasta que se reencuentran.

El libreto de Stafford es en extremo superior al guión de la película de Spielberg. Es difícil no conmoverse con esta historia de amor fraternal, que tiene un desarrollo mucho más real y menos edulcorado que la versión cinematográfica. Y mucho tuvo que ver con ese resultado la brillante puesta en escena realizada por Marianne Elliott y Tom Morris, que incorporan el uso de impresionantes marionetas como los animales de la historia. Los caballos están realizados a escala real y su movimiento tridimensional al andar es realizado a la perfección por tres actores titiriteros, en su interior. Uno ve caballos en escena. A su vez, el diseño escenográfico trabaja la síntesis y son los mismos actores los que se convierten en corrales, tanquetas o carros. Este diseño, esta forma artesanal de hacer teatro, conmueve y estimula de tal forma al espectador, que sobre el final de la función uno puede ver a decenas de chicos estudiantes (en excursión para ver teatro) y adultos de todas las edades, con la emoción dibujadas en sus rostros. De más está decir que las actuaciones de este elenco mixto (estadounidense y británico) son excelentes: Andrew Durand, Alyssa Bresnahan, David Manis, David Lansbury y la pequeña Tessa Klein, sobre todo.

Cabe recordar que ocho millones de caballos murieron durante la Primera Guerra Mundial. Un millón de ellos fueron llevados desde Inglaterra a Francia por la armada británica. Sólo 62.000 de ellos pudieron regresar a Inglaterra.

Foto: Paul Kolnik (Lincoln Center)

lunes, 2 de abril de 2012

30 años de la Guerra por las Malvinas


Memorias de un militante

Por Pablo Gorlero

Hace 30 años fui uno de los ingenuos que corrió a la Plaza de Mayo para celebrar que las Malvinas nuevamente eran argentinas. Por la mañana, no podíamos creer la noticia de que habían sido recuperadas. La alegría y la sorpresa nos anuló la razón. Habían sido tomadas por la fuerza, por asalto, como solían entrar los militares argentinos en nuestras propias casas. Como entraron en 30.000 casas. Pero allí estábamos, cantando: "Bajo el manto de neblina..." como entonamos cuatro años antes la marchita del Mundial.

Tan idiotas fuimos que ni nos acordamos que sólo tres días antes habíamos estado en esa misma plaza esquivando los gases lacrimógenos y las coces de los caballos. Tres días antes no pensábamos en las Malvinas sino en la esperanza de que la dictadura militar se termine. Encolumnados entre más de 100 mil personas que empezaban a dejar de tener miedo, emprendimos nuestra Marcha de la Multipartidaria. Todas las banderas de todos los partidos estaban allí marchando juntos. Hoy sería impensable. Peronistas, radicales, intransigentes, comunistas, socialistas... Todos juntos reclamando un presidente legítimo. Y sobre todo libertad. Las 100 mil personas no pudieron llegar a la Plaza porque antes nos quisieron quemar a todos. El final fue un caos, todos corriendo por todo el radio céntrico intentando huir de la persecución policial. Recuerdo que nosotros llegamos exhaustos, corriendo, hasta refugiarnos en el bar Ouro Preto... ¡de Talcahuano y Corrientes! Y un policía a caballo de la montada intentaba meterse, incluso, al bar.

Y tres días después, idiotas, estábamos borrachos de júbilo en esa misma plaza donde nos persiguieron, vivando a la vida, con nuestros perseguidores en el balcón, porque recuperábamos nuestras Malvinas.

Recuerdo que al volver a casa, mi hermana, furiosa, no nos habló durante unos cuantos días. Su memoria funcionaba mejor.

Luego, lo que todos sabemos.

Recuerdo que al volver a casa, mi hermana, furiosa, no nos habló durante unos cuantos días. Su memoria funcionaba mejor.

Luego, lo que todos sabemos.

No escribí esto para crear una discusión política, sino para hacer un ejercicio de la memoria. Porque los argentinos tenemos esa parte del cerebro atrofiada. Nos hacemos los justos, los solidarios, los literatos, y nos olvidamos de todas las que tuvimos que pasar.

Sí, las Malvinas son argentinas. La guerra sólo fue de unos asesinos, no del pueblo.