lunes, 18 de octubre de 2010

Hoy, los Premios Hugo son una realidad



Se cumplió un sueño

Por Ricky Pashkus y Pablo Gorlero

Hoy, a las 21, por América 24, en vivo, la primera ceremonia de entrega de los Premios Hugo al Teatro Musical. Sueño hecho realidad.


Pablo: -¿Te acordás que todo esto empezó en un bar de Callao y Corrientes?
Ricky: -No…
Pablo: -Vos me querías llevar a la sucursal de esa misma firma, pero enfrente de tu estudio.
Ricky: -¿Y no fuimos ahí?
Pablo: -No. Te dije que no seas tan cómodo y que nos juntemos a mitad de camino.
Ricky: -Es cierto. Te llamé porque quería que trabajemos juntos en algunas cosas. En unas nos pusimos de acuerdo y en otras no.
Pablo: -Sí, pero recuerdo muy bien cuando, luego de hablar de todo lo demás, vos dijiste: “¿Che, Pablo, es muy descabellado pensar en un premio así como los Tony, para la comedia musical?”
Ricky: -¿Yo lo dije?
Pablo: -Sí. Y casi nos olvidamos de todo lo demás y comenzamos a pensar ideas y desarrollar esto.
Ricky: -Es increíble…


* * *
Queríamos un nombre propio. Aparecieron varios, inventamos siglas, pero ninguno nos convencía. Ya cuando pensábamos que sería “tarea para el hogar” apareció: Hugo. Era perfecto. Sería en honor a alguien “vivito y coleando” que fue uno de los revolucionarios del teatro musical en la Argentina. Hugo Midón es maestro de muchos artistas hoy consolidados y respetados, dirigió a casi todos y, en lenguaje musical, comunica las mismas ideas a grandes y a chicos en líneas discursivas distintas y compartidas, a la vez. Era el nombre ideal. Así como otros tienen a su Tony, su Oscar, su Olivier, nosotros tendríamos a nuestro Hugo.
Teníamos nombre, teníamos idea, teníamos un mismo objetivo: honrar al género y a todos aquellos que lo hacen. Darle un lugar grande. Ese sitio enorme que, aunque relegado, siempre ocupa en la historia de nuestro teatro desde los años 20 hasta ahora. “¿Cuándo empezamos?”, nos preguntamos ambos. “Ahora mismo”, nos respondimos también los dos.
La sociedad era fantástica. Uno supuestamente objetivo, el otro subjetivo; uno inmerso en el medio directamente, el otro en forma indirecta. Pero en realidad, como todos los seres humanos, ni personales, ni subjetivos, a veces adentro, a veces afuera, o en los dos lados al mismo tiempo. Lo que tratamos es de ser honestos y justos. Ambos compartimos el mismo amor a esta forma de teatro que puede decir hablando, puede decir cantando o puede decir bailando.
Al pensar las categorías recordamos la dimensión que tiene este género en todos sus componentes. Tal vez el teatro musical sea la más colaboracionista de las artes porque, para un fin unívoco, se aúnan dirección, canciones, bailes, diseño, luces, sonido y muchos etcéteras más. Llegamos a 38 felices rubros en los que cada categoría y hasta cada subgénero del musical podrían ser reconocidos.
Así nació, en menos de un año, esta realidad que son los Premios Hugo al Teatro Musical.
Luego fuimos encontrando a los miembros de la Asociación Civil que ayudaría a hacer realidad esto, y a nuestra comisión de honor, un grupo de notables que aceptaron apoyarnos como China Zorrilla, José Pablo Feinman, Fernando Bravo, Magdalena Ruiz Guiñazú y, por supuesto, nuestro querido Pepe Cibrián Campoy, prócer indiscutido del teatro musical. Después logramos reunir a nuestro jurado de expertos, constituido por periodistas especializados, historiadores, coleccionistas, representantes de las principales escuelas de teatro musical y de instituciones como Argentores y la Asociación Argentina de Actores.
Y cuando creímos que el sueño, complejo sueño, se nos podía venir abajo, aparecieron los superhéroes: Eduardo Chaktoura y Mariano Peluffo, apasionados, vitales e incondicionales.
Hoy podemos decir que nuestra felicidad es inconmensurable. Logramos que la “comedia musical” (nos encanta llamarla así, aunque sea una calificación antigua) tenga su fiesta. Y que aquellos que la amamos y la hacemos contemos con la posibilidad, una vez al año, de reunirnos para disfrutar de sus virtudes.
Estamos felices. Seguramente aprenderemos mucho en el camino para tratar de mejorar cada vez más. En el afán de premiar a cada área que conforma una obra musical, pensamos en 38 categorías sin saber que es imposible que todas entren en un programa televisivo de tres horas con show incluido. Por eso fue imprescindible dividir la premiación en dos etapas. Quisimos esa alternativa a la de tener que eliminar 12 rubros.
Ni qué decir de las palpitaciones que sentimos cuando, luego de ocho horas de escrutinio, tuvimos las primeras nominaciones. Las históricas. Tan justas y merecidas, aunque siempre la subjetividad nos haga sentir bronca o tristeza por aquellos que no quedaron elegidos. Así son los premios.
Luego, la emoción al tener las primeras estatuillas en las manos, hechas realidad, cuando las entregó el orfebre. Y ahora esto, nuestra primera fiesta de la comedia musical, que compartimos con ustedes y a quienes agradecemos su inmenso apoyo. Esto es nuestro.

lunes, 11 de octubre de 2010

El parque de los desnudos



EL PARQUE VIGELAND:
UN BANQUETE PARA LOS SENTIDOS

Por PABLO GORLERO

OSLO.- La primera recomendación que recibí antes de partir rumbo a Noruega fue no dejar de visitar el Vigelandsparken. “El parque de los desnudos”, me dijeron. Las fotos de la guía turística no decían mucho. Pero al poner un pie en Oslo, en la estación de trenes, me topé con una gigantografía que ilustraba un obelisco de cuerpos entrelazados, anudados. Sospeché que se trataba del Vigelandsparken o Parque de Vigeland, situado dentro de un parque mayor: el Frognerparken.
Empecé a interiorizarme y me enteré de que se debía su nombre a Gustav Vigeland, un bienamado escultor noruego que vivió entre 1869 y 1943. En épocas de la independencia, el gobierno le encomendó numerosas obras escultóricas y fue uno de los artistas más mimados de esa renaciente nación escandinava. En 1906 presentó un modelo en yeso de una fuente para adornar la plaza frente al Parlamento Nacional. La obra gustó, pero tuvo que esperar unos trece años, durante los cuales Vigeland amplió el proyecto añadiendo varios grupos escultóricos y un monolito de granito. Miren qué historia interesante. En 1921, el ayuntamiento de Oslo decide demolir el edificio donde se encontraba el estudio del escultor para construir la Biblioteca. Pero llegaron a un acuerdo histórico: la misma ciudad construiría un nuevo edificio destinado a estudio y vivienda de Vigeland, a cambio de ser transformado en museo luego de su muerte. A cambio de esa construcción, el escultor se comprometía a donar a la ciudad todo su trabajo artístico, incluidos sus modelos.
Así Vigeland se mudó a su nuevo estudio, muy cercano al Frognerparken, espacio verde elegido para instalar su fuente y su complejo escultórico. Así fue como, en los sucesivos 20 años, el artista se dedicó a la realización e instalación de un área destinada a la exposición permanente de sus esculturas.
Dónde comienza o termina el Parque Vigeland para continuarse en el Frogner, nunca lo pude descubrir. En cambio, sí me enteré de que este enorme parque de más de 32 hectáreas comenzó a concebirse por este megalómano en 1924 y fue concluido siete años después de su muerte.
Los grandes portales que conducen a él desde una de las principales avenidas de Oslo se asemejan al Central Park neoyorquino. Es algo así, un gran pulmón verde en el medio de la ciudad. Aunque, claro está, Oslo irradia naturaleza por todos sus costados.
Me sentí afortunado por el día que me tocó recorrerlo: un soleado domingo de septiembre, con 22 grados y un tibio sol que acariciaba el rostro. Apenas pasé por el desfiladero de árboles, bajo los cuales muchos ancianos disfrutaban del merecido descanso por sus jubilaciones (sin preocupación en sus rostros, obvio), el parpar de los patos anticipa agua cercana. Ya sobre el final de esa pared arbórea se asoma la primera sorpresa: un puente flanqueado por decenas de esculturas humanas de bronce, todas desnudas. No sólo están en diferentes posturas y posiciones, sino que cada una contiene una expresión, una emoción o una acción. Algunas simbólicas, otras metafóricas, todas tan vivas. Ahí comienza un viaje que conmueve. Ahí empieza una comunión artística y natural que sacude todos los sentidos.


Vigeland reprodujo todas las formas de las relaciones humanas, todos los períodos erarios y las formas expresivas más diversas. En ellas hay belleza, erotismo, hasta pavor. Es imposible que cada una de ellas resulte indiferente. Y allí, en ese pasillo de sensaciones, hay un aroma inspirador, ineludible. El de August Rodin.
Allí los instintos se corporizan tanto en sus formas más extremas como de modos más sutiles. El amor fraterno, el amor filial. La violencia visible, la violencia interna. La pareja heterosexual, la homosexual. El odio, el enojo, el pánico, la alegría, la felicidad. La seducción, la vanidad, la autosuficiencia, la autoestima.
Uno se puede quedar horas ahí, contemplando, compartiendo con cada uno de esos cuerpos sus posibles pensamientos, el alma que les dio su creador.
Luego, un pulmón de flores permite una bocanada de belleza natural para separar los sentidos de la creación del hombre. Aunque, de inmediato, a lo alto, uno puede avizorar lo que se viene. El aire a Rodin se entremezcla con una cacofonía de inspiraciones en la antigua Mesopotamia y en el arte clásico. El ying y el yang salpican permanentemente la vista y embriagan al espectador sensible. Una enorme fuente, llamada La Rueda de la Vida, antecede al Monolitten, un obelisco de cuerpos humanos. Es tan erótica esa llamarada de arte, en medio de tanto verde. Tan fálica. La Rueda y el Obelisco conforman una cópula de vida para parir momentos, emociones, sensaciones; amargas y felices.
La Rueda es una fuente sostenida por unos atlantes, que quedan tapados por una cortina de agua, tan armónica como estridente en su caída. A su alrededor, árboles de la vida con querubines, que son la mayor reminiscencia rodiniana. Y debajo, en el friso que circunda toda la fuente, secuencias que pasan por el amor, el sexo y la violencia.
Luego, la escalinata que conduce al obelisco humano. Uno puede pasar horas observando esa escultura con tanto contenido de ritual. Esa trenza de cuerpos, compacta, perfecta, es tan impresionante como bella. Hombres y mujeres de todas las edades se compactan en una masa de concreto que parece carne viva. A su alrededor, decenas de esculturas en situaciones que contienen tanto acción como emoción. Es impresionante cómo Vigeland puede captar sentimientos para reflejar expresiones. Cómo puede poner en la roca el alma humana con tanta elocuencia.
Casi cinco horas estuve en el Vigelandparken, adorando a ese megalómano. Contemplé cada escultura, cada relieve de la fuente, cada cuerpo anudado en ese obelisco. Traté de guardarme el olor de esas flores tan bien cuidadas por los visitantes mismos y hasta el sonido de los pájaros.
Al atravesar los portales de salida, juro que me di vuelta, sonreí y di las gracias.
Aquí un recorrido fotográfico por esta maravilla: