Nota publicada parcialmente en la revista La Mano, en 2006
Por todo el mundo hay ejemplos de “jipones” que pasaron de vender sahumerios y collarcitos de fideos a facturar millones de dólares por sus espectáculos teatrales. Aquí hay algunos ejemplos de artistas callejeros o under que llegaron a forjar grandes fortunas con sus empresas artísticas.
Por Pablo Gorlero
En los años 80 (no hace mucho), por la calle Florida deambulaba un muchacho alto, muy alto, fornido y que cantaba con un acento mexicano trucho. Ese “edificio de testosterona” (como lo llama una amiga y colega), que pasaba la gorra y venía de muy lejos -de Guatemala-, en muy poco tiempo se convirtió en millonario. Lo descubrió una compañía discográfica importante, lo llevó al programa de Badía, a algún otro más de los demás países bananeros, primer disco, hits en la radio y un millón de dólares en muy poco tiempo. Ricardo Arjona es un poco más respetable que el Paz Martínez, pero no jodamos, tampoco es para tanto.
¿Qué tiene que ver esto con el teatro? Ya vaaaaa...
Historias como estas, de artistas “jipones” que manguean a cambio de talento se repiten en distintos lugares del mundo. Remontémonos a finales de los años 60. Concretamente a 1967. El Central Park de Nueva York estaba poblado de hippies que pregonaban amor y paz como algo revolucionario. Sus armas eran las flores. Lindo, pero no sirvió mucho. James Rado y Gerome Ragni eran dos melenudos que tocaban la guitarrita por ahí, cuando de pronto, pensaron que podían escribir un alegato contra la guerra de Vietnam desde su óptica y con un concepto cercano a la Commedia dell’Arte, disciplina muy practicada por mimos y artistas de esa ciudad. Fue así que escribieron “Hair” en papeluchos, servilletas de papel y con biromes gastadas.
Mientras tanto, otro hippie: Galt MacDermot componía la música de muchas canciones que serían hits. Seguramente, ni ellos deben saber que “Deja que entre el sol” se convirtió en un cantito de cancha en un remoto país llamado Argentina.
Sigamos: los muchachos se entusiasmaron con el asunto ese de “la era de Acuario” y estrenaron su obra con hippies haciendo de ellos mismos, el 29 de octubre de 1967, en el Joseph Papp’s New York Shakespeare Festival Public Theatre (sí, así de largo, ¿y qué?..), a sólo 2 dólares con 50. Estuvieron un mes y medio y se mudaron a un cabarute llamado Cheetah. Algo así como pasar del Galpón del Abasto a un sótano de Once. Pero los chicos mechudos se hicieron amigos de Michael Buttler, un multimillonario amigo personal de John F. Kennedy que abrazaba la causa de la paz del “Flower Power”. Lógicamente, el tipo se enloqueció con la obra y puso la mosca para estrenarla el 29 de abril de 1968, en el Biltmore Theatre, de Broadway.
A partir de entonces, ya eran unos hippies muy especiales que paraban en grandes hoteles y tenían chofer. No, limusinas no. Había que disimular. Sólo en 1971, se estaban representando 55 versiones en todo el mundo, entre ellas, la de Buenos Aires, producida por Alejandro Romay y por la que pasaron figuras como Horacio Fontova, Rubén Rada, Valeria Lynch, Susan Ferrer, Miguel Abuelo, Mirta Busnelli y Sandra Mihanovich.
Los chabones se hicieron ricos en muy poco tiempo. Se dejaron las chuzas largas porque quedaban acordes con el tema, siguieron hablando de Artaud, del dadaísmo y del surrealismo y hoy continúan haciendo guita con las reposiciones de la obra.
Precisamente, en Buenos Aires se está por reestrenar este mes, en el teatro Empire, con la dirección de Rubén Elena, quien tiene los derechos de la obra desde 1971.
Cirqueros viejos
Otra historia, otro país: Canadá. Más precisamente, Québec, que es la parte francesa de ese país y que siempre tiene idea de separarse. En 1982, en Baie-Saint-Paul, un grupo de artistas callejeros divertían a los turistas mezclados entre la multitud, caminando sobre zancos, haciendo malabares, y tragando fuego. Inspirados en la cara de copados de los espectadores, optaron por organizarse y armar un espectáculo al que llamaron: Cirque du Soleil. ¿Te suena?
Tuvo un cabecilla, un artífice, un tipo de nombre promisorio: Guy Laliberté. El Cirque du Soleil fue creado oficialmente en 1984 con la ayuda del gobierno de Québec, como parte de las celebraciones del 450° aniversario de la llegada del colonizador francés Jacques Cartier a Canadá. Pero aquella “carpita” con capacidad para 800 espectadores, al año siguiente mutó en otra con 1.500 butacas y ya salieron de gira a distintas ciudades de los Estados Unidos.
En 1990, ya lo habían visto un millón trescientos mil espectadores y se compraron otra carpa, pero para 2.500 personas. De ahí en más no pararon y resemantizaron al circo con un lenguaje más teatral, con efectistas componentes oníricos e ilusionistas. Quienes hayan visto sus espectáculos, deben haber flasheado: Nouvelle Expérience, Fascination, Saltimbanco, Mystére, Alegría, Quidam, O, La Nouba, Dralion y la erótica Zumanity, que estrenaron el año pasado en Las Vegas. En 2002, la carpita ya tenía nada menos que 14 mil metros cuadrados. Hoy en día, este muchacho Guy Laliberté embolsa millones de dólares mensuales con las ganancias de sus shows fijos e itinerantes, así como las regalías por los videos, discos, merchandising y programas de televisión. Recientemente, el canal People+Arts emitió un docu-reality que contaba cuál es el proceso elección de cada artista.
Más cerquita
Bueno, bueno... Llegamos a casa. Aunque Arjona haya deambulado por las calles de Buenos Aires, no es nuestro. Pero hay dos argentinos que patearon el tablero y de artistas snobs pasaron a ser millonarios: Pichón Baldinú y Dicky James, los creadores de De la Guarda, el grupo teatral-acrobático-musical que se mezcla ahora con marquillas de cigarrillos y fiestas fashion, pero re-fashion. De todos modos, nunca perdieron su esencia y, cada vez que reestrenan en Buenos Aires, se refugian en el alternativo espacio propio del Centro Cultural Recoleta.
Comenzaron su historia como integrantes de La Organización Negra, aquel grupo inolvidable de principios de los 90. Para información de los desmemoriados y los más jóvenes que hoy andan haciendo pogo en “Villa Villa”: hicieron La Tirolesa, un espectáculo que permitía el escalado del Obelisco; y otros que sentaron una tendencia muy definida, pero que, como punto en común, apelaban a los sentidos de los espectadores. Hace 11 años formaron otro grupo: De la Guarda que, con su primer espectáculo Dulce Compañía, en Prix D'ami (¿Te acordás?), se reinsertaban en el circuito under. Eran las primeras experiencias de este juego teatral con arneses, vuelos y mucho vértigo.
Luego vino el boom: su espectáculo Villa Villa, que generaba un boca a boca traducido en el lleno total de la sala del Centro Cultural Recoleta en cada presentación. “Andá a verlo que caminan por las paredes y, de repente, te cazan y salís volando con ellos”, se oía repetir en los alrededores de la Plaza Francia. La idea del grupo era (y es) impactar al espectador e involucrarlo pero, a la vez, hacer que se sienta ajeno al hecho artístico. En poco tiempo, la compañía se lanzó a recorrer el mundo en distintos festivales y hechó raíces en el Daryl Roth Theatre, del Off Broadway, donde permanecen desde 1998, con una entrada de 65 dólares. Eso no es todo, los muchachos de los arneses anduvieron colgados también por Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania, Yugoslavia, Suiza, Corea, Israel, Brasil, México y Australia. En total, más de 2 millones de personas vieron Villa Villa en todo el mundo. DLG Producciones llegó a tener hasta cuatro compañías simultáneas.
Pichón Baldinú es un macanudo. Sabe muy bien dónde está parado y establece diferencias entre el artista que fue y que es y el empresario que se consolida. “Cuesta. Dicho de esa manera, se piensa que uno toma una decisión de pasar a otra categoría. Pero, en realidad, fuimos siempre productores y empresarios de lo nuestro. El laburo es mayor porque hay más responsabilidades que antes. Trabaja mucha gente, es un trabajo de precisión y todo tiene que estar muy bien definido y acotado. Es algo que inventamos y que desarrollamos”, explica Pichón. Aunque no reniega de las dimensiones que adquirió su criatura, este creador de “peterpanes” aclara que no ha perdido su esencia. “Siempre está presente, pero el tema es si le das bola y sobre qué trabajás más. En mi caso, soy más productor que artista, pero también soy director. Cuando me toca entrenar actores o dirigir de una compañía a otra, hago de inspirador y eso es un trabajo superartístico. Y siempre me dan ganas de colgarme de nuevo, pero tenés que tener la cabeza fresca y el cuerpo preparado. Tengo períodos muy sedentarios”.
Hicieron una fortuna, es claro. Son unos chicos “endevour” con un concepto claro de empresa y negocio del espectáculo. ¡Pero también se la jugaron por su país, loco!... En 2001 (nunca eligieron peor) gastaron todos sus ahorros y crearon su propia sala en Buenos Aires, en aquel Centro Cultural Recoleta que los acogió durante mucho tiempo. Todavía hoy la gente y ellos mismos la siguen llamando “la carpa”. “Aunque estemos dando vueltas por el mundo, nuestro lugar es Buenos Aires. La producción del espectáculo australiano la estamos gestando acá. En febrero audicionamos nuevos técnicos y actores para multiplicar la cantidad de gente. Aquel espectáculo tiene muchos argentinos. No nos llevamos la plata afuera, generamos laburo y hoy viven muchas familias de De la Guarda. Cuando hicimos este teatro invertimos mucho dinero en medio de la peor crisis”, explica.
Cada compañía está conformada por unas 35 personas, entre artistas y técnicos, aunque en el comienzo de cada temporada, son muchos más porque se involucran directores, montadores, ingenieros y técnicos de mantenimiento. Y aunque correr por las paredes, chapotear sobre el agua, volar y llevarse gente del público por los aires puede resultar muy divertido, hacerlo durante mucho tiempo puede resultar rutinario para algunos artistas. Esto es lo que siempre tratan de evitar Pichón y Dicky. “Los actores se cansan y es necesario renovarlos. Algunos adquieren vicios, se acostumbran y pierden cierta frescura. Y en este espectáculo no podés encontrar a un actor aburrido. Tenés que despertarlos, despabilarlos todo el tiempo”, explica Pichón.
El mismo se cortó solo un rato para hacer su estruendosa Fuerzabruta, que también se estrenó en Broadway y en Londres. Asimismo, fue contratado por la división teatral de Disney para hacer los vuelos de la versión musical de Tarzán. Y el armado, las pruebas y las coreografías aéreas las armó en sus talleres de Barracas. La obra fue un fracaso en Broadway, pero es un éxito en otros países como Holanda, por ejemplo, y circula un rumor de que podría hacerse en la Argentina.
Esto es para vos, chica o muchacho, que te quejás porque estás harto/a de actuar con bolsas de arpilleras, de escribir monólogos sobre milanesas, de hacer títeres nudistas o comedias musicales que hablan de “tu” y tienen 50 personas en escena (al dope). Con un poco de perseverancia y olfato agudo, podés convertirte en millonario en un abrir y cerrar de ojos. Una condición: talento único.
Por todo el mundo hay ejemplos de “jipones” que pasaron de vender sahumerios y collarcitos de fideos a facturar millones de dólares por sus espectáculos teatrales. Aquí hay algunos ejemplos de artistas callejeros o under que llegaron a forjar grandes fortunas con sus empresas artísticas.
Por Pablo Gorlero
En los años 80 (no hace mucho), por la calle Florida deambulaba un muchacho alto, muy alto, fornido y que cantaba con un acento mexicano trucho. Ese “edificio de testosterona” (como lo llama una amiga y colega), que pasaba la gorra y venía de muy lejos -de Guatemala-, en muy poco tiempo se convirtió en millonario. Lo descubrió una compañía discográfica importante, lo llevó al programa de Badía, a algún otro más de los demás países bananeros, primer disco, hits en la radio y un millón de dólares en muy poco tiempo. Ricardo Arjona es un poco más respetable que el Paz Martínez, pero no jodamos, tampoco es para tanto.
¿Qué tiene que ver esto con el teatro? Ya vaaaaa...
Historias como estas, de artistas “jipones” que manguean a cambio de talento se repiten en distintos lugares del mundo. Remontémonos a finales de los años 60. Concretamente a 1967. El Central Park de Nueva York estaba poblado de hippies que pregonaban amor y paz como algo revolucionario. Sus armas eran las flores. Lindo, pero no sirvió mucho. James Rado y Gerome Ragni eran dos melenudos que tocaban la guitarrita por ahí, cuando de pronto, pensaron que podían escribir un alegato contra la guerra de Vietnam desde su óptica y con un concepto cercano a la Commedia dell’Arte, disciplina muy practicada por mimos y artistas de esa ciudad. Fue así que escribieron “Hair” en papeluchos, servilletas de papel y con biromes gastadas.
Mientras tanto, otro hippie: Galt MacDermot componía la música de muchas canciones que serían hits. Seguramente, ni ellos deben saber que “Deja que entre el sol” se convirtió en un cantito de cancha en un remoto país llamado Argentina.
Sigamos: los muchachos se entusiasmaron con el asunto ese de “la era de Acuario” y estrenaron su obra con hippies haciendo de ellos mismos, el 29 de octubre de 1967, en el Joseph Papp’s New York Shakespeare Festival Public Theatre (sí, así de largo, ¿y qué?..), a sólo 2 dólares con 50. Estuvieron un mes y medio y se mudaron a un cabarute llamado Cheetah. Algo así como pasar del Galpón del Abasto a un sótano de Once. Pero los chicos mechudos se hicieron amigos de Michael Buttler, un multimillonario amigo personal de John F. Kennedy que abrazaba la causa de la paz del “Flower Power”. Lógicamente, el tipo se enloqueció con la obra y puso la mosca para estrenarla el 29 de abril de 1968, en el Biltmore Theatre, de Broadway.
A partir de entonces, ya eran unos hippies muy especiales que paraban en grandes hoteles y tenían chofer. No, limusinas no. Había que disimular. Sólo en 1971, se estaban representando 55 versiones en todo el mundo, entre ellas, la de Buenos Aires, producida por Alejandro Romay y por la que pasaron figuras como Horacio Fontova, Rubén Rada, Valeria Lynch, Susan Ferrer, Miguel Abuelo, Mirta Busnelli y Sandra Mihanovich.
Los chabones se hicieron ricos en muy poco tiempo. Se dejaron las chuzas largas porque quedaban acordes con el tema, siguieron hablando de Artaud, del dadaísmo y del surrealismo y hoy continúan haciendo guita con las reposiciones de la obra.
Precisamente, en Buenos Aires se está por reestrenar este mes, en el teatro Empire, con la dirección de Rubén Elena, quien tiene los derechos de la obra desde 1971.
Cirqueros viejos
Otra historia, otro país: Canadá. Más precisamente, Québec, que es la parte francesa de ese país y que siempre tiene idea de separarse. En 1982, en Baie-Saint-Paul, un grupo de artistas callejeros divertían a los turistas mezclados entre la multitud, caminando sobre zancos, haciendo malabares, y tragando fuego. Inspirados en la cara de copados de los espectadores, optaron por organizarse y armar un espectáculo al que llamaron: Cirque du Soleil. ¿Te suena?
Tuvo un cabecilla, un artífice, un tipo de nombre promisorio: Guy Laliberté. El Cirque du Soleil fue creado oficialmente en 1984 con la ayuda del gobierno de Québec, como parte de las celebraciones del 450° aniversario de la llegada del colonizador francés Jacques Cartier a Canadá. Pero aquella “carpita” con capacidad para 800 espectadores, al año siguiente mutó en otra con 1.500 butacas y ya salieron de gira a distintas ciudades de los Estados Unidos.
En 1990, ya lo habían visto un millón trescientos mil espectadores y se compraron otra carpa, pero para 2.500 personas. De ahí en más no pararon y resemantizaron al circo con un lenguaje más teatral, con efectistas componentes oníricos e ilusionistas. Quienes hayan visto sus espectáculos, deben haber flasheado: Nouvelle Expérience, Fascination, Saltimbanco, Mystére, Alegría, Quidam, O, La Nouba, Dralion y la erótica Zumanity, que estrenaron el año pasado en Las Vegas. En 2002, la carpita ya tenía nada menos que 14 mil metros cuadrados. Hoy en día, este muchacho Guy Laliberté embolsa millones de dólares mensuales con las ganancias de sus shows fijos e itinerantes, así como las regalías por los videos, discos, merchandising y programas de televisión. Recientemente, el canal People+Arts emitió un docu-reality que contaba cuál es el proceso elección de cada artista.
Más cerquita
Bueno, bueno... Llegamos a casa. Aunque Arjona haya deambulado por las calles de Buenos Aires, no es nuestro. Pero hay dos argentinos que patearon el tablero y de artistas snobs pasaron a ser millonarios: Pichón Baldinú y Dicky James, los creadores de De la Guarda, el grupo teatral-acrobático-musical que se mezcla ahora con marquillas de cigarrillos y fiestas fashion, pero re-fashion. De todos modos, nunca perdieron su esencia y, cada vez que reestrenan en Buenos Aires, se refugian en el alternativo espacio propio del Centro Cultural Recoleta.
Comenzaron su historia como integrantes de La Organización Negra, aquel grupo inolvidable de principios de los 90. Para información de los desmemoriados y los más jóvenes que hoy andan haciendo pogo en “Villa Villa”: hicieron La Tirolesa, un espectáculo que permitía el escalado del Obelisco; y otros que sentaron una tendencia muy definida, pero que, como punto en común, apelaban a los sentidos de los espectadores. Hace 11 años formaron otro grupo: De la Guarda que, con su primer espectáculo Dulce Compañía, en Prix D'ami (¿Te acordás?), se reinsertaban en el circuito under. Eran las primeras experiencias de este juego teatral con arneses, vuelos y mucho vértigo.
Luego vino el boom: su espectáculo Villa Villa, que generaba un boca a boca traducido en el lleno total de la sala del Centro Cultural Recoleta en cada presentación. “Andá a verlo que caminan por las paredes y, de repente, te cazan y salís volando con ellos”, se oía repetir en los alrededores de la Plaza Francia. La idea del grupo era (y es) impactar al espectador e involucrarlo pero, a la vez, hacer que se sienta ajeno al hecho artístico. En poco tiempo, la compañía se lanzó a recorrer el mundo en distintos festivales y hechó raíces en el Daryl Roth Theatre, del Off Broadway, donde permanecen desde 1998, con una entrada de 65 dólares. Eso no es todo, los muchachos de los arneses anduvieron colgados también por Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania, Yugoslavia, Suiza, Corea, Israel, Brasil, México y Australia. En total, más de 2 millones de personas vieron Villa Villa en todo el mundo. DLG Producciones llegó a tener hasta cuatro compañías simultáneas.
Pichón Baldinú es un macanudo. Sabe muy bien dónde está parado y establece diferencias entre el artista que fue y que es y el empresario que se consolida. “Cuesta. Dicho de esa manera, se piensa que uno toma una decisión de pasar a otra categoría. Pero, en realidad, fuimos siempre productores y empresarios de lo nuestro. El laburo es mayor porque hay más responsabilidades que antes. Trabaja mucha gente, es un trabajo de precisión y todo tiene que estar muy bien definido y acotado. Es algo que inventamos y que desarrollamos”, explica Pichón. Aunque no reniega de las dimensiones que adquirió su criatura, este creador de “peterpanes” aclara que no ha perdido su esencia. “Siempre está presente, pero el tema es si le das bola y sobre qué trabajás más. En mi caso, soy más productor que artista, pero también soy director. Cuando me toca entrenar actores o dirigir de una compañía a otra, hago de inspirador y eso es un trabajo superartístico. Y siempre me dan ganas de colgarme de nuevo, pero tenés que tener la cabeza fresca y el cuerpo preparado. Tengo períodos muy sedentarios”.
Hicieron una fortuna, es claro. Son unos chicos “endevour” con un concepto claro de empresa y negocio del espectáculo. ¡Pero también se la jugaron por su país, loco!... En 2001 (nunca eligieron peor) gastaron todos sus ahorros y crearon su propia sala en Buenos Aires, en aquel Centro Cultural Recoleta que los acogió durante mucho tiempo. Todavía hoy la gente y ellos mismos la siguen llamando “la carpa”. “Aunque estemos dando vueltas por el mundo, nuestro lugar es Buenos Aires. La producción del espectáculo australiano la estamos gestando acá. En febrero audicionamos nuevos técnicos y actores para multiplicar la cantidad de gente. Aquel espectáculo tiene muchos argentinos. No nos llevamos la plata afuera, generamos laburo y hoy viven muchas familias de De la Guarda. Cuando hicimos este teatro invertimos mucho dinero en medio de la peor crisis”, explica.
Cada compañía está conformada por unas 35 personas, entre artistas y técnicos, aunque en el comienzo de cada temporada, son muchos más porque se involucran directores, montadores, ingenieros y técnicos de mantenimiento. Y aunque correr por las paredes, chapotear sobre el agua, volar y llevarse gente del público por los aires puede resultar muy divertido, hacerlo durante mucho tiempo puede resultar rutinario para algunos artistas. Esto es lo que siempre tratan de evitar Pichón y Dicky. “Los actores se cansan y es necesario renovarlos. Algunos adquieren vicios, se acostumbran y pierden cierta frescura. Y en este espectáculo no podés encontrar a un actor aburrido. Tenés que despertarlos, despabilarlos todo el tiempo”, explica Pichón.
El mismo se cortó solo un rato para hacer su estruendosa Fuerzabruta, que también se estrenó en Broadway y en Londres. Asimismo, fue contratado por la división teatral de Disney para hacer los vuelos de la versión musical de Tarzán. Y el armado, las pruebas y las coreografías aéreas las armó en sus talleres de Barracas. La obra fue un fracaso en Broadway, pero es un éxito en otros países como Holanda, por ejemplo, y circula un rumor de que podría hacerse en la Argentina.
Esto es para vos, chica o muchacho, que te quejás porque estás harto/a de actuar con bolsas de arpilleras, de escribir monólogos sobre milanesas, de hacer títeres nudistas o comedias musicales que hablan de “tu” y tienen 50 personas en escena (al dope). Con un poco de perseverancia y olfato agudo, podés convertirte en millonario en un abrir y cerrar de ojos. Una condición: talento único.
No hay comentarios:
Publicar un comentario