Publicada en La Mano, el 18 de julio de 2005
Libro recomendado
“El Gran Gattoni” – La fabulosa
Libro recomendado
“El Gran Gattoni” – La fabulosa
Por Pablo Gorlero
Es la historia de un tipo enorme y poderoso. Una especie de Supermán que, a los 12 años, levantaba autos con sus dos manos. Era uno de los grandes del cachascán (lucha libre). Un tipo buenazo, que formó una familia y tuvo cuatro hijos. Pero un buen día obtuvo un contrato en el exterior y se mandó a mudar para no volver, ni comunicarse prácticamente nunca más.
Es la historia del Gran Gattoni o el Barón Michelle Leone, un luchador conocido aquí en los años 40, pero mucho más famoso en otros lugares del mundo, como los Estados Unidos, Brasil o Japón. Desde muy chico, su nieto Claudio creció con los oídos bien abiertos para escuchar historias sobre las proezas físicas de su abuelo. Para él era un superhéroe que sobrevivía en unas pocas fotos y en datos recortados que le daban, de a poco, sus familiares. Pero estaba muy vivo en su cabeza, que iba armando un rompecabezas al que siempre le faltaban piezas claves. Creció y se convirtió en pilar del equipo de rugby del Pueyrredón, sin tocar jamás una pesa. Heredó algo de su fuerza y también de cierta “locura” bohemia. Y como una obsesión, no paró de buscar datos que pudieran reconstruir la historia de su abuelo, también su propia historia.
“Crecí pensando en él, en todas aquellas anécdotas que me contaban mi vieja, mi abuela y mis tías, pero también con esa pregunta sin respuesta: ¿por qué no volvió más? Gracias al rugby tuve la posibilidad de viajar bastante y eso me ayudó a encontrar datos. La última carta que habíamos recibido de él era de Australia, de 1959. Cuando viajé a Sydney llamé a todos los Gattoni de la guía, que eran muchísimos, y lo mismo pasó en los Estados Unidos. Los años pasaban y no lograba saber de él. Hasta que descubrí a un tío mío en Buffalo. Mi abuelo tenía dos familias más: una en Brasil y otra en los Estados Unidos”, recuerda Claudio Peroni.
Finalmente, las fichas se fueron uniendo y pudo reconstruir su historia. Su abuelo había sido uno de los grandes de la lucha libre y, vaya a saber por qué motivo, tenía un costado oscuro, una compulsión por abandonar, por seguir solo. “Me hace pensar que mi abuelo, en un momento, dijo: no aparezco más. A menos de un año de haberse ido, nació su hijo de Estados Unidos y le puso el mismo nombre que al que había dejado acá. Si no pensás desaparecer no hacés eso. Nunca vio nacer a su última hija. De todos modos, ninguno en la familia guarda rencor. Al contrario. Yo crecí escuchando a todos decir que mi abuelo fue el mejor esposo y el mejor padre del mundo. Te hablan de lo cariñoso y lo buen tipo que era. No se deben haber equivocado porque mi tío yanqui me dice exactamente lo mismo, con la misma pasión. Cuando entrás al terreno del abandono, ahí hay un vacío. No se entiende. Pasaba navidades con los chicos huérfanos en los asilos y abandonó a cuatro acá, uno en Estados Unidos y otro en Brasil”, comenta.
En 1999, cuando ya tenía un contacto muy estrecho con sus familiares del exterior se sentó a contarle la historia a Cynthia Finkelstein, jefa de prensa de Cuatro Cabezas (la empresa de Mario Pergolini y Diego Guebel). Se fascinó y le presentó al guionista de cine Daniel Guebel. Había que hacer una película con esa historia. Pero antes, era mejor un libro. “A las tres semanas, ya estaba firmando un contrato con Editorial Sudamericana”, recuerda. El libro se llama “El Gran Gattoni” y, en forma muy certera, cuenta dos historias: la del rastreo arduo y minucioso de una persona, mientras reconstruye esa historia; y la de aquel hombre fuerte de la lucha libre que arrancaba cordones de vereda con sus manos o abría nueces con los dedos de los pies y, en su fuero interno, hubiera ansiado romperle la cara a Martín Karadagián.
Gattoni luchó en los campeonatos de cachascán del Luna Park junto a monstruos de aquel espectáculo deportivo como el Conde Karol Nowina, el Hombre Montaña, Joe Corbett, Antonio Rocca y Juanito Olaguibel, todos “grossos” extranjeros que venían a hacer temporada acá y, después, yiraban por distintas ciudades del mundo. Un buen día, a fuerza de empuje, se metió en la troupe un armenio petiso de nombre Karadagián. De entrada, no le cayó bien a Gattoni. Era arrogante, tramposo y se llevaba al mundo por delante. Cuando el armenio se hizo empresario, él tuvo que cambiarse el nombre y luchar como el Barón Michelle Leone, campeón italiano. En aquella temporada, tuvo que aceptar una lucha “a cara de perro” con Karadagián, para dejarse ganar sobre el final. En aquel entonces, los combates podían durar una hora, inclusive. Peroni cuenta que en aquella oportunidad, Karadagián utilizó el viejo truco de la “gillette” y le cortó la frente a su abuelo. De inmediato, todos sus seguidores italianos, encolerizados, comenzaron a arrancar las butacas del Luna Park. “¡Barone, vendetta!”, gritaban mientras amenazaban con acabar para siempre con Karadagián. “Inclusive, cuando vieron la sangre, mi tía abuela, que era un camión como él, también se subió al ring con su hijo para partirle la cara al armenio. Tuvo que entrar la montada al estadio para dispersar a la gente. Mi abuelo se volvió en subte y lo siguieron los tanos, que le prometían que si él daba la orden, mataban a Karadagián al día siguiente. Él les hacía señas de que estaba dolorido y de que no se preocupen. Pero no quería hablar para que no se den cuenta de que no era italiano, porque lo iban a matar a él”.
Anécdotas como esta hay muchas en su libro, pero aparecieron más, luego de haber sido editado. Es que otros parientes suyos, perdidos en el tiempo, se le aparecieron al conocer su obra. “Ahora tengo muchos datos más que podría aportarle a la historia”.
Peroni tardó un año en escribirlo, con el apoyo editorial de Daniel Guebel y las investigaciones periodísticas de Ángeles López. Es una aproximación interesante tanto al mundo de la lucha libre como a la búsqueda de las raíces y de la identidad de un tipo orgulloso, un grandote al que no le importa que sus ojos se pongan vidriosos al recordar a su ídolo ausente. Durante su búsqueda, su tío norteamericano le hizo ver lo más fuerte de aquel rastreo: un video con el combate entre su abuelo y el luchador Eric Yukon. “Me pegó mucho. Fue lindo, pero muy duro. Verlo en movimiento, hablando y con esa capa negra con una corona gigante al costado, fue muy impactante. Era un tipo muy histriónico y hacía que todo el público reaccionara en masa”, recuerda con orgullo.
Otros libros de catch (todos muy difíciles de conseguir):
* “Catch as Catch Can”, de Eduardo Bargach y Miguel Curri, 1964, Editorial Bell.
* “¿Mereció una celda? – La vida de Karadagián”, de Juan Claudio Rival, 1971, Editorial Revancha.
* “Tomas, tijeras y cortitos. La historia del catch”, de Pablo Gorlero, 1995, Torres Agüero Editor.
Es la historia de un tipo enorme y poderoso. Una especie de Supermán que, a los 12 años, levantaba autos con sus dos manos. Era uno de los grandes del cachascán (lucha libre). Un tipo buenazo, que formó una familia y tuvo cuatro hijos. Pero un buen día obtuvo un contrato en el exterior y se mandó a mudar para no volver, ni comunicarse prácticamente nunca más.
Es la historia del Gran Gattoni o el Barón Michelle Leone, un luchador conocido aquí en los años 40, pero mucho más famoso en otros lugares del mundo, como los Estados Unidos, Brasil o Japón. Desde muy chico, su nieto Claudio creció con los oídos bien abiertos para escuchar historias sobre las proezas físicas de su abuelo. Para él era un superhéroe que sobrevivía en unas pocas fotos y en datos recortados que le daban, de a poco, sus familiares. Pero estaba muy vivo en su cabeza, que iba armando un rompecabezas al que siempre le faltaban piezas claves. Creció y se convirtió en pilar del equipo de rugby del Pueyrredón, sin tocar jamás una pesa. Heredó algo de su fuerza y también de cierta “locura” bohemia. Y como una obsesión, no paró de buscar datos que pudieran reconstruir la historia de su abuelo, también su propia historia.
“Crecí pensando en él, en todas aquellas anécdotas que me contaban mi vieja, mi abuela y mis tías, pero también con esa pregunta sin respuesta: ¿por qué no volvió más? Gracias al rugby tuve la posibilidad de viajar bastante y eso me ayudó a encontrar datos. La última carta que habíamos recibido de él era de Australia, de 1959. Cuando viajé a Sydney llamé a todos los Gattoni de la guía, que eran muchísimos, y lo mismo pasó en los Estados Unidos. Los años pasaban y no lograba saber de él. Hasta que descubrí a un tío mío en Buffalo. Mi abuelo tenía dos familias más: una en Brasil y otra en los Estados Unidos”, recuerda Claudio Peroni.
Finalmente, las fichas se fueron uniendo y pudo reconstruir su historia. Su abuelo había sido uno de los grandes de la lucha libre y, vaya a saber por qué motivo, tenía un costado oscuro, una compulsión por abandonar, por seguir solo. “Me hace pensar que mi abuelo, en un momento, dijo: no aparezco más. A menos de un año de haberse ido, nació su hijo de Estados Unidos y le puso el mismo nombre que al que había dejado acá. Si no pensás desaparecer no hacés eso. Nunca vio nacer a su última hija. De todos modos, ninguno en la familia guarda rencor. Al contrario. Yo crecí escuchando a todos decir que mi abuelo fue el mejor esposo y el mejor padre del mundo. Te hablan de lo cariñoso y lo buen tipo que era. No se deben haber equivocado porque mi tío yanqui me dice exactamente lo mismo, con la misma pasión. Cuando entrás al terreno del abandono, ahí hay un vacío. No se entiende. Pasaba navidades con los chicos huérfanos en los asilos y abandonó a cuatro acá, uno en Estados Unidos y otro en Brasil”, comenta.
En 1999, cuando ya tenía un contacto muy estrecho con sus familiares del exterior se sentó a contarle la historia a Cynthia Finkelstein, jefa de prensa de Cuatro Cabezas (la empresa de Mario Pergolini y Diego Guebel). Se fascinó y le presentó al guionista de cine Daniel Guebel. Había que hacer una película con esa historia. Pero antes, era mejor un libro. “A las tres semanas, ya estaba firmando un contrato con Editorial Sudamericana”, recuerda. El libro se llama “El Gran Gattoni” y, en forma muy certera, cuenta dos historias: la del rastreo arduo y minucioso de una persona, mientras reconstruye esa historia; y la de aquel hombre fuerte de la lucha libre que arrancaba cordones de vereda con sus manos o abría nueces con los dedos de los pies y, en su fuero interno, hubiera ansiado romperle la cara a Martín Karadagián.
Gattoni luchó en los campeonatos de cachascán del Luna Park junto a monstruos de aquel espectáculo deportivo como el Conde Karol Nowina, el Hombre Montaña, Joe Corbett, Antonio Rocca y Juanito Olaguibel, todos “grossos” extranjeros que venían a hacer temporada acá y, después, yiraban por distintas ciudades del mundo. Un buen día, a fuerza de empuje, se metió en la troupe un armenio petiso de nombre Karadagián. De entrada, no le cayó bien a Gattoni. Era arrogante, tramposo y se llevaba al mundo por delante. Cuando el armenio se hizo empresario, él tuvo que cambiarse el nombre y luchar como el Barón Michelle Leone, campeón italiano. En aquella temporada, tuvo que aceptar una lucha “a cara de perro” con Karadagián, para dejarse ganar sobre el final. En aquel entonces, los combates podían durar una hora, inclusive. Peroni cuenta que en aquella oportunidad, Karadagián utilizó el viejo truco de la “gillette” y le cortó la frente a su abuelo. De inmediato, todos sus seguidores italianos, encolerizados, comenzaron a arrancar las butacas del Luna Park. “¡Barone, vendetta!”, gritaban mientras amenazaban con acabar para siempre con Karadagián. “Inclusive, cuando vieron la sangre, mi tía abuela, que era un camión como él, también se subió al ring con su hijo para partirle la cara al armenio. Tuvo que entrar la montada al estadio para dispersar a la gente. Mi abuelo se volvió en subte y lo siguieron los tanos, que le prometían que si él daba la orden, mataban a Karadagián al día siguiente. Él les hacía señas de que estaba dolorido y de que no se preocupen. Pero no quería hablar para que no se den cuenta de que no era italiano, porque lo iban a matar a él”.
Anécdotas como esta hay muchas en su libro, pero aparecieron más, luego de haber sido editado. Es que otros parientes suyos, perdidos en el tiempo, se le aparecieron al conocer su obra. “Ahora tengo muchos datos más que podría aportarle a la historia”.
Peroni tardó un año en escribirlo, con el apoyo editorial de Daniel Guebel y las investigaciones periodísticas de Ángeles López. Es una aproximación interesante tanto al mundo de la lucha libre como a la búsqueda de las raíces y de la identidad de un tipo orgulloso, un grandote al que no le importa que sus ojos se pongan vidriosos al recordar a su ídolo ausente. Durante su búsqueda, su tío norteamericano le hizo ver lo más fuerte de aquel rastreo: un video con el combate entre su abuelo y el luchador Eric Yukon. “Me pegó mucho. Fue lindo, pero muy duro. Verlo en movimiento, hablando y con esa capa negra con una corona gigante al costado, fue muy impactante. Era un tipo muy histriónico y hacía que todo el público reaccionara en masa”, recuerda con orgullo.
Otros libros de catch (todos muy difíciles de conseguir):
* “Catch as Catch Can”, de Eduardo Bargach y Miguel Curri, 1964, Editorial Bell.
* “¿Mereció una celda? – La vida de Karadagián”, de Juan Claudio Rival, 1971, Editorial Revancha.
* “Tomas, tijeras y cortitos. La historia del catch”, de Pablo Gorlero, 1995, Torres Agüero Editor.
Pablo, que gusto me dio esta nota. La que mejor expresa mis sentimientos sobre esta maravilosa historia. Un gran abrazo.
ResponderEliminarClaudio Peroni