Publicado en la revista Imperio, el 16 de junio de 2003
DISNEY ESTA JOROBADO
Por Pablo Gorlero
Berlín, Alemania (Enviado especial).- En 1996 los estudios Disney estrenaron su más sombría creación: la versión animada de “El jorobado de Notre Dame”, de Víctor Hugo. La película anduvo bien pero traía el estigma “Pocahontas”, la primera que marcó el declive de los éxitos del sello, que alcanzaron su tope con “El rey león”. De todas formas, el film anduvo mucho mejor en Europa que en otros sitios del mundo. Tal vez por eso, los estudios decidieron estrenar su tercer emprendimiento teatral: “El campanero de Notre Dame” (“Der Glöckner Von Notre Dame”), en Alemania, donde el grupo productor Stella venía arrasando con una seguidilla de musicales.
El primer intento fue en 1997 cuando los “imagineerings” (suerte de cerebros en el imperio Disney) pensaron en convertir a “El jorobado...” en un mini-musical para el parque temático Disney-MGM Studios, del Walt Disney World. Allí, en un pequeño escenario, actores disfrazados de los personajes, y a cara descubierta (novedad en los parques del viejo Walt) recreaban en 40 minutos, los mejores momentos del film con sus mejores canciones. La pequeña puesta despertaba ovaciones en el público ocasional y fue ahí cuando se decidieron. Una vez más la versión teatral de “Mary Poppins” (planeada desde antes de “El rey león”) quedaba en un cajón para cederle el paso a la novela de Víctor Hugo. Y Stella Producciones, de Alemania, había hecho muy bien los deberes con su versión de “La bella y la bestia”, en Stuttgart.
Así fue que tres nombres gigantes de la comedia musical se pusieron a trabajar en el proyecto. Stephen Schwartz (“Godspell”, “Pippin” y “The Magic Show”) y Alan Menken (“La tiendita del horror”, “Newsies”, “El rey león” y “La Sirenita”) –autores de las letras y de la música, respectivamente- debían agregar momentos a la partitura de la película, en tanto el libretista James Lapine (“Passion”, “Sunday in the Park with George”, “Into de Woods”) iba a hacer algo que, en otros tiempos, Disney no habría admitido. Las críticas a la película habían sido punzantes, no sólo por no haber respetado el original de Víctor Hugo, sino por haber cambiado el trágico desenlace por una historia feliz en la que los protagonistas comieron perdices. Esta vez la compañía Disney aceptó el error y le dio vía libre a Lapine para cambiar el final de la historia y ser un poco más fieles al original en la versión teatral. De este modo, la gitana Esmeralda moría quemada en la hoguera y quedaba sentado que el héroe absoluto de la historia era el jorobado Cuasimodo y no el soldado Febo –que en el original no era más que un traidor-.
Cuando el libro ya estaba listo, una legión de escenógrafos y vestuaristas ya tenían aprobados los primeros bocetos y la preproducción comenzaba en una Berlín que se levantaba con facilidad económica y dificultad social en la era post-muro. El grupo Stella cosechó muchos frutos con sus puestas escena de “Miss Saigón”, “El fantasma de la ópera”, “Los miserables”, “Cats” y “La bella y la bestia”, entre otras puestas. Y dinero no les faltaba. Así que decidieron levantar su propio teatro, el Musical Theater Berlin, en la ahora floreciente zona de Potsdamer Platz, donde una década atrás se hallaba el corredor de la muerte del Muro de Berlín.
Hoy, “El campanero de Notre Dame” (según la traducción textual del título original en alemán) llena cada función de martes a domingo con un éxito que no tiene fecha de culminación.
Emoción y drama
Las puestas en escena de los musicales de Disney se destacan por lo innovadoras. A lo barroco de “La bella y la bestia” –la primera producción-, se yuxtapuso el personal estilo de “El rey león” y la modernidad de “Aída”. En este caso, la puesta en escena del libretista James Lapine no es grandilocuente como las anteriores, pero se sale del standard del género y es rica en la creación de climas. En ese aspecto, la escenografía y la iluminación trabajan en perfecta sincronía. Los decorados son sólo estructuras metálicas que se constituyen en el trazo, el dibujo de catedrales, puentes o plazas, dibujadas a través de efectos de proyección y cicloramas que incluyen, además, ríos y cielos abiertos. El vestuario, si bien es “a lo Disney” acerca cada personaje a la realidad de la época y no tanto a la fantasía del dibujo animado.
La historia gira en torno a los tres pilares de la historia: el jorobado Cuasimodo, la gitana Esmeralda y el arcidiácono Frollo, más malo que una araña pollito. El libreto de Lapine acentúa los razgos de una sociedad en descomposición y los conflictos de cada personaje. A su vez, incorpora temas musicales y escenas, sobre todo en un segundo acto, muy superior al primero, lleno de momentos de mucha emoción y sumamente dramáticos. Los intérpretes, de diversas nacionalidades, tienen una gran trayectoria en musicales de sus respectivos países. Aarón Paul (“Jekyll & Hyde”, “Los Miserables” y “La Pimpinela escarlata”, de Broadway) compone a un Cuasimodo cuya vulnerabilidad es emoción desgarrada; Norbert Lamla (“Elizabeth” y “Los Miserables”, de Alemania) le cede una voz prodigiosa al corrompido Frollo; Ruby Rosales (“El rey y yo” y “Los miserables”, en Filipinas), como Esmeralda, es un talento en la danza, el canto y la actuación; en tanto Martina Pettersson, Wolfgang DeMarco y Jeff Shankley componen a unas gárgolas adorables. El único dato desalentador: las entradas son casi tan caras como en Broadway y no hay programa de mano. Para conocer el elenco hay que comprar el de lujo. Avivada germana.
DISNEY ESTA JOROBADO
Por Pablo Gorlero
Berlín, Alemania (Enviado especial).- En 1996 los estudios Disney estrenaron su más sombría creación: la versión animada de “El jorobado de Notre Dame”, de Víctor Hugo. La película anduvo bien pero traía el estigma “Pocahontas”, la primera que marcó el declive de los éxitos del sello, que alcanzaron su tope con “El rey león”. De todas formas, el film anduvo mucho mejor en Europa que en otros sitios del mundo. Tal vez por eso, los estudios decidieron estrenar su tercer emprendimiento teatral: “El campanero de Notre Dame” (“Der Glöckner Von Notre Dame”), en Alemania, donde el grupo productor Stella venía arrasando con una seguidilla de musicales.
El primer intento fue en 1997 cuando los “imagineerings” (suerte de cerebros en el imperio Disney) pensaron en convertir a “El jorobado...” en un mini-musical para el parque temático Disney-MGM Studios, del Walt Disney World. Allí, en un pequeño escenario, actores disfrazados de los personajes, y a cara descubierta (novedad en los parques del viejo Walt) recreaban en 40 minutos, los mejores momentos del film con sus mejores canciones. La pequeña puesta despertaba ovaciones en el público ocasional y fue ahí cuando se decidieron. Una vez más la versión teatral de “Mary Poppins” (planeada desde antes de “El rey león”) quedaba en un cajón para cederle el paso a la novela de Víctor Hugo. Y Stella Producciones, de Alemania, había hecho muy bien los deberes con su versión de “La bella y la bestia”, en Stuttgart.
Así fue que tres nombres gigantes de la comedia musical se pusieron a trabajar en el proyecto. Stephen Schwartz (“Godspell”, “Pippin” y “The Magic Show”) y Alan Menken (“La tiendita del horror”, “Newsies”, “El rey león” y “La Sirenita”) –autores de las letras y de la música, respectivamente- debían agregar momentos a la partitura de la película, en tanto el libretista James Lapine (“Passion”, “Sunday in the Park with George”, “Into de Woods”) iba a hacer algo que, en otros tiempos, Disney no habría admitido. Las críticas a la película habían sido punzantes, no sólo por no haber respetado el original de Víctor Hugo, sino por haber cambiado el trágico desenlace por una historia feliz en la que los protagonistas comieron perdices. Esta vez la compañía Disney aceptó el error y le dio vía libre a Lapine para cambiar el final de la historia y ser un poco más fieles al original en la versión teatral. De este modo, la gitana Esmeralda moría quemada en la hoguera y quedaba sentado que el héroe absoluto de la historia era el jorobado Cuasimodo y no el soldado Febo –que en el original no era más que un traidor-.
Cuando el libro ya estaba listo, una legión de escenógrafos y vestuaristas ya tenían aprobados los primeros bocetos y la preproducción comenzaba en una Berlín que se levantaba con facilidad económica y dificultad social en la era post-muro. El grupo Stella cosechó muchos frutos con sus puestas escena de “Miss Saigón”, “El fantasma de la ópera”, “Los miserables”, “Cats” y “La bella y la bestia”, entre otras puestas. Y dinero no les faltaba. Así que decidieron levantar su propio teatro, el Musical Theater Berlin, en la ahora floreciente zona de Potsdamer Platz, donde una década atrás se hallaba el corredor de la muerte del Muro de Berlín.
Hoy, “El campanero de Notre Dame” (según la traducción textual del título original en alemán) llena cada función de martes a domingo con un éxito que no tiene fecha de culminación.
Emoción y drama
Las puestas en escena de los musicales de Disney se destacan por lo innovadoras. A lo barroco de “La bella y la bestia” –la primera producción-, se yuxtapuso el personal estilo de “El rey león” y la modernidad de “Aída”. En este caso, la puesta en escena del libretista James Lapine no es grandilocuente como las anteriores, pero se sale del standard del género y es rica en la creación de climas. En ese aspecto, la escenografía y la iluminación trabajan en perfecta sincronía. Los decorados son sólo estructuras metálicas que se constituyen en el trazo, el dibujo de catedrales, puentes o plazas, dibujadas a través de efectos de proyección y cicloramas que incluyen, además, ríos y cielos abiertos. El vestuario, si bien es “a lo Disney” acerca cada personaje a la realidad de la época y no tanto a la fantasía del dibujo animado.
La historia gira en torno a los tres pilares de la historia: el jorobado Cuasimodo, la gitana Esmeralda y el arcidiácono Frollo, más malo que una araña pollito. El libreto de Lapine acentúa los razgos de una sociedad en descomposición y los conflictos de cada personaje. A su vez, incorpora temas musicales y escenas, sobre todo en un segundo acto, muy superior al primero, lleno de momentos de mucha emoción y sumamente dramáticos. Los intérpretes, de diversas nacionalidades, tienen una gran trayectoria en musicales de sus respectivos países. Aarón Paul (“Jekyll & Hyde”, “Los Miserables” y “La Pimpinela escarlata”, de Broadway) compone a un Cuasimodo cuya vulnerabilidad es emoción desgarrada; Norbert Lamla (“Elizabeth” y “Los Miserables”, de Alemania) le cede una voz prodigiosa al corrompido Frollo; Ruby Rosales (“El rey y yo” y “Los miserables”, en Filipinas), como Esmeralda, es un talento en la danza, el canto y la actuación; en tanto Martina Pettersson, Wolfgang DeMarco y Jeff Shankley componen a unas gárgolas adorables. El único dato desalentador: las entradas son casi tan caras como en Broadway y no hay programa de mano. Para conocer el elenco hay que comprar el de lujo. Avivada germana.
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